Desencarnación del espíritu – Por Luiz de Mattos

La vida humana está organizada de tal manera que los acontecimientos ocurren en época apropiada, cuando no son contrariadas las leyes naturales en el transcurrir de la existencia.

La violación de esas leyes es la causa frecuente de perturbaciones y desequilibrios que, alterando el ritmo natural de vida, acarrean sufrimientos para las personas.

La evolución del espíritu en cuerpo humano requiere tiempo, trabajo, superación de los obstáculos y desprendimiento. Normalmente, la desencarnación deberá ocurrir en la vejez. Pero, para que eso acontezca, es preciso que el ser cuide de la salud física y mental.

El cuerpo humano es como la flor o el fruto: nace, crece, vigoriza y fenece. Cuando no permite más las condiciones para la evolución del espíritu se impone, pues, una solución natural que es la descarnación.

La desencarnación es un fenómeno natural en la vida humana que significa lo opuesto a la encarnación. El espíritu, al romperse los lazos que lo ligan al cuerpo físico, se aleja con el cuerpo fluídico y, progresivamente se va desprendiendo de los involucros materiales correspondientes a los campos de manifestación con los cuales se envolvió en el proceso de la encarnación. Su retorno al mundo de preparación es hecho en más o menos tiempo y depende del estado de conciencia en que se desprendió del cuerpo físico.


En la medida que pasa de un campo de manifestación para otro más sutil, el espíritu retiene las facultades y cualidades que desarrolló en su vivir en el mundo físico. Así procede, de campo en campo, hasta alcanzar el mundo de preparación, donde percibe su grado de evolución, factor condicionante para una nueva jornada evolutiva o determinante de ascensión espiritual.

Muchos espíritus, después de la desencarnación, quedan, por acción del propio pensamiento, coligados para los acontecimientos de la vida terrena y permanecen, temporalmente, presos a los campos acordes con su estado síquico. Algunos, recogidos en sí mismos, agotan anhelos generados en contingencias de la vida física; otros quedan en estado de perturbación o enredados en las tramas de la vida de los seres encarnados, influenciándolos y constituyendo, en su conjunto, lo que se llama astral inferior.

Muchos factores en la Tierra, tales como polución ambiental, cambios bruscos de temperatura, insalubridad de ciertas regiones, sismos, brotes epidémicos, abundantes medios de contaminación, vicios de toda especie, inclusive de drogas, y, aún, la influencia perniciosa de los espíritus del astral inferior contribuyen para el fallecimiento prematuro de personas. Además de eso, se debe considerar la existencia de determinados fenómenos sociales generadores de conflictos, como la inseguridad urbana y las guerras.

La desencarnación prematura significa siempre una interrupción en la evolución, y un medio de repararlo es la reencarnación. Pero ella no es de fácil obtención, por ser numerosos los espíritus a reencarnar, ultrapasando las posibilidades existentes.

De ahí la necesidad de esperar

Para no perder tiempo, muchos deciden encarnar en medios desfavorables, dispuestos a enfrentar cualquier dificultad. La constatación de que otros espíritus, de la misma clase, ascendieron a clase superior, porque se esforzaron más y supieron aprovechar mejor el tiempo durante la existencia en la Tierra, no deja de causarles tristeza, no propiamente por esa ascensión, sino por el hecho de no poderlos acompañar y tener que distanciarse de ellos, perdiendo el contacto con viejos y queridos amigos, compañeros de largas jornadas y muchas y muchas encarnaciones.

Ese contacto, mientras tanto –  lo saben los espíritus en sus planos – podrá ser reestablecido. ¿De que manera? La respuesta es simple: si una persona anda más lento que otra que camina más deprisa, se distancian. Y, si la que va delante no está dispuesta a reducir los pasos, la que lleva desventaja tendrá que aumentar los suyos, si quisiere alcanzarla. Pues eso es precisamente lo que hacen muchos espíritus cuando toman decisión de encarnar, resueltos a enfrentar las dificultades de la vida terrena, que saben son pasajeras, para enriquecerse de conocimientos y valores morales que los habiliten a ascender a la clase evolutiva inmediata. Con ánimo fuerte y redoblado esfuerzo, consiguen recuperar el tiempo perdido y reaproximarse a los antiguos compañeros.

El espíritu de una determinada clase puede observar lo que pasa con otros espíritus de su misma clase y de las anteriores, no así con relación a las clases superiores.

Una vez separado del espíritu, el cuerpo físico se desintegra, y sus componentes pasan a constituir otras formas de vida.

Es natural el sentimiento de los que quedan, delante de la ausencia de los que parten. Sentimiento, si, desesperación, no. La tristeza es comprensible, la mortificación, jamás.

Si la humanidad pudiese comprender que los hechos ocurren dentro de condiciones naturales, de acuerdo con el estado del alma o sujetos al desarrollo espiritual de cada ser, no se mortificaría ni se dejaría abatir por la desesperación y por las amarguras a que constantemente se entrega.

El esclarecimiento de cómo se procesa la evolución es un gran bien, por ser el medio capaz de llevar a la persona a encarar con naturalidad la desencarnación, por el reconocimiento de tratarse de un acontecimiento tan normal en el desarrollo de la vida como la encarnación.

El espíritu desencarnado no pierde contacto con los que aquí quedaron. A través del pensamiento, no sólo los irradia, como, también, recibe de ellos vibraciones mentales. Basta que haya sintonía. No obstante, cuando el que desencarna permanece preso a las influencias terrenas, esas irradiaciones pueden, con frecuencia, ser perjudiciales al encarnado y revestirse de un carácter obsesionante.

Parientes y amigos precisan, pues, auxiliar al ente querido con pensamientos elevados por ocasión del fallecimiento, para que el espíritu ascienda a su mundo de preparación, donde la vida es sentida realmente, con plena conciencia de su eternidad, sin las influencias perturbadoras del plano terrestre.

El espíritu constata con alegría al dejar la atmósfera fluídica de la Tierra, lo que hizo de bueno, y, con tristeza, las acciones reprobables. Son entonces desnecesarios e inútiles los pedidos a supuestos juzgadores divinos, para que se compadezcan de las faltas por él cometidas.

Es oportuno también esclarecer que locales donde se hacen evocaciones a seres desencarnados –como los cementerios, entre otros – constituyen puntos de atracción del astral inferior, en razón de las corrientes fluídicas afines formadas por los pensamientos de desaliento de los allí presentes.

Por eso, cuando alguien tuviere, por ejemplo, la obligación moral de acompañar a un sepelio  debe desviar el pensamiento de la comunión debilitada y erguirlo sereno, claro, límpido, conciente al Astral Superior, para que el espíritu pueda ser encaminado a su plano de evolución, libre de sus ligazones con la materia y de las influencias originarias de las emociones inferiores existentes en el planeta.

Ningún espíritu encarna teniendo como punto de partida el astral inferior. Él obligatoriamente pasa para el mundo correspondiente a su clase, y, solamente de su mundo, podrá venir a re-encarnar.

No es sin decepción y sufrimiento que muchos espíritus ven caer el castillo de fantasías que construyeron en la mente con el material ofrecido por el misticismo que aún predomina. Tan grande es el apego a esas ilusiones que ni mismo en estado de semi conciencia espiritual son capaces de raciocinar, para tener el esclarecimiento que tantos beneficios les proporcionaría.

En tal estado – y porque el cuerpo fluídico les da la impresión del cuerpo físico – los espíritus quedan vagando por la atmósfera fluídica de la Tierra y se disgustan con la falta de atención de las personas que no perciben su presencia. Así, se perturban, pierden la noción de su estado y quedan en una situación de completa perplejidad. Con el correr del tiempo, se van familiarizando con el ambiente y estableciendo conocimiento con otros espíritus, en idéntica situación.

Al penetrar en el astral inferior, los espíritus observan el cuadro de la vida material terrena como siempre lo conocieran. Expresándose como los demás desencarnados, por la acción del pensamiento, como si estuviesen hablando, pueden oír el mismo timbre del sonido que les da la idea de ser de la propia voz. Ese fenómeno es perfectamente comprensible: los pensamientos se propagan a través de ondas y formas y las condiciones de comunicación se realizan de acuerdo con las afinidades vibratorias.

Los espíritus en el astral inferior quedan completamente ilusionados sobre la realidad de la vida y en dependencia de ser despertados para ella. Y ese despertar no es fácil, si tomamos en cuenta la influencia del ambiente perturbador que los envuelve. Sin la lucidez indispensable al esclarecimiento del embotado sentido del deber, permanecen en una situación inferior a la que mantenían cuando encarnados, pues reducen, considerablemente, la posibilidad de mejorar su estado espiritual.

Tal situación contribuye para que el espíritu se acomode en el astral inferior por desconocer los males que le advienen de esa permanencia en un medio de baja espiritualidad, con la circunstancia agravante de almacenar, para rescate futuro, carga más o menos pesadas, conforme la actividad a que se entregó en ese ambiente.

Cuando el ser humano no posee esclarecimiento con respecto de la vida espiritual, son las cosas íntimamente relacionadas con la materia que más lo influencian en los momentos que anteceden y suceden a la desencarnación, de la cual comúnmente no se percibe. Esa influencia es aún mayor cuando el espíritu vivió dominado por los vicios, con el pensamiento dirigido para las ilusiones del mundo físico.

Algunos espíritus pasan, entonces, a actuar sobre las personas, y esa actuación, cuando persistente, acaba por tornarse obsesiva. Es ese el deseo que los lleva a permanecer en el astral inferior, en una ocupación semejante a la que tuvieron como encarnados. Procuran ejercer esa actividad donde encuentran seres con mediumnidad desarrollada y sin el conocimiento de los recursos de defensa espiritual proporcionados por la disciplina racionalista cristiana.

Los espíritus en estado de perturbación en la atmósfera fluídica de la Tierra no pueden evitar las influencias deletéreas perjudiciales, cualquiera sea el grado de evolución que hayan alcanzado.

En el astral inferior, los espíritus dan expansión a los vicios que alimentaron en cuerpo humano. Así, si tienen voluntad de fumar, se aproximan de las personas que están fumando y experimentan, por inducción, el mismo placer que ellas sienten. De igual modo proceden con relación a los demás deseos, de ahí concluyéndose que los seres poseedores de vicios pueden servir, como instrumentos inconcientes, a la satisfacción de prácticas viciosas alimentadas por los espíritus del astral inferior.

Todavía hay un punto a esclarecer: ni siempre los deseos viciosos parten de las propias personas. Muchas veces son los obsesores viciados que acompañándolas, despiertan en ellas el deseo y los intuyen para saciarlos.

La gravedad de la asistencia de espíritus del astral inferior no está solamente en que el ser humano quede supeditado a las malas influencias intuitivas que resultan en desatinos, en resentimientos infundados, en conflictos domésticos, en prevaricaciones e infidelidades, existe también el riesgo de accidentes y desastres motivados por el estado de perturbación al que someten a sus asistidos. A esos males, se acrecienta el debilitamiento del sistema de autodefensa del organismo, pudiendo llevar a las personas a contraer enfermedades o agravarlas.

La perversidad con que pueden accionar los espíritus del astral inferior es casi ilimitada. Muchos y muchos infortunios son debidos a la acción dañina de esos espíritus.

Como los espíritus del astral inferior no ignoran que todos los seres poseen mediumnidad intuitiva, se aprovechan de ella para infundir en sus mentes ideas absurdas y disparatadas. De ahí la razón de ciertas personas tener manía de persecución, de ver las cosas siempre por el lado negativo, y otras de suponerse que son víctimas de enfermedades diversas.

Cumple destacar – y es de mucha importancia – que ni todos los males de que es víctima la humanidad son producidos por la acción de espíritus del astral inferior. Cada ser humano posee tendencias, temperamento, modo particular de sentir y ver las cosas, libre albedrío para tomar decisiones e individualidad propia. A él cabe, por consiguiente, la responsabilidad directa por los sucesos o fracasos que tuviere en la vida.

Si es verdad que los espíritus del astral inferior son atraídos por pensamientos afines e intervienen en la vida de las personas causando diversos males o agravando los ya existentes, no es menos verdad que ellas pueden defenderse perfectamente de ellos con las poderosas armas del pensamiento y de la voluntad.

En la Tierra, hay seres que gobiernan y otros que son gobernados. Antes de alcanzar sus mundos de preparación, muchos de esos espíritus, cuando desencarnan, permanecen en la atmósfera fluídica de la Tierra conservando las mismas inclinaciones de mando y de obediencia. Se forman, así, las falanges de espíritus obsesores, siempre dirigidas por un jefe. Si él es perverso, también lo son sus seguidores, pues lo que los une es, precisamente, la afinidad de sentimientos. Las falanges formadas coordinan sus actividades perjudiciales con las de los individuos que se entregan en el vivir terreno a las mismas prácticas.

La falanges que se disponen a colaborar en los más excedidos actos de incivilidad asisten a los individuos más violentos y perversos, del mismo modo que otras falanges, de instintos menos agresivos, asisten a los de sentimientos idénticos, inclusive los que mercadean con la credulidad ajena.

La gran mayoría de los suicidios, de los casos de locura, desavenencias, discusiones, agresiones, intrigas, tumultos, desórdenes, conflictos y de las convulsiones motivadas por pasiones es incitada por el astral inferior. Los espíritus que permanecen en ese ambiente están, en su mayoría, envueltos en fluidos densos, impregnados de corrientes vibratorias negativas con la corrupción, la mentira, envidia, ingratitud, hipocresía, traición, falsedad, odio, celos y otros sentimientos equivalentes. Intentando envolver a las personas incautas, accionan frecuentemente con astucia y suavidad, falseando los más puros y nobles sentimientos y las más dulces y melodiosas expresiones de amor al prójimo.

En el astral inferior no impera solamente la maldad. En el mismo ambiente de almas desvirtuadas se encuentran otras que tuvieron intención de ser buenas en vida física. No obstante, es bueno insistir que esos espíritus poco pueden hacer de útil a la humanidad. La razón se comprende fácilmente: sus mejores intenciones son neutralizadas por la acción fluídica del ambiente. Solamente en el mundo relativo a la clase a que pertenecen, para donde tendrán que seguir antes de volver a encarnar, es que los espíritus libres de toda perturbación alcanzan plena lucidez.

No todos los espíritus que desencarnan quedan en el astral inferior (atmósfera fluídica de la Tierra), muchos ascienden inmediatamente a los mundos de su clase. Éstos son los que supieron vivir espiritual y materialmente, los que vieron en el trabajo honrado una de las serias razones de la vida.

Los seres que así viven, atraen frecuentemente, a las Fuerzas Superiores, que los asisten, principalmente en el momento del fallecimiento, auxiliando a sus espíritus a trasladarse para los mundos a que pertenecen.

Dondequiera que se encuentre una persona a irradiar pensamientos elevados, ahí está un polo de atracción, un instrumento de apoyo a la acción de las Fuerzas Superiores para su obra de saneamiento del planeta; con varios puntos de apoyo en la Tierra, pues, sin tal apoyo, el trabajo sería muy difícil o mismo imposible. Son ejemplo las casas racionalistas cristianas, donde se forman corrientes fluídicas por las vibraciones del pensamiento de personas esclarecidas con respecto a sus deberes espirituales. Para ello, conservan la mente limpia y se mantienen en condiciones de reaccionar contra cualquier influencia maléfica. Con el auxilio de esas corrientes, los espíritus del Astral Superior penetran en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus del astral inferior de toda índole.

Ya sabemos que el espíritu realiza su progreso encarnando en este planeta, hasta alcanzar los mundos más diáfanos. De ahí en delante la evolución se procesa en plano espiritual más elevado: el Astral Superior. Allí no se conocen cansancio, indolencia o displicencia, ni se deja para después lo que debe ser hecho en el momento exacto. La fatiga resulta de trabajos materiales, que no alcanzan al espíritu. Entre muchos otros deberes, tienen los espíritus del Astral Superior el de contribuir para el progreso de los seres humanos, respetando el libre albedrío de cada uno.

El establecimiento de polos de atracción suficientemente fuertes facilita la acción de los espíritus del Astral Superior en el planeta Tierra. Para eso, además de los seres humanos esclarecidos que les sirven de apoyo, cuentan con la colaboración de espíritus de mundos opacos que están a su servicio. Esos espíritus deberían hacer su evolución encarnando, como generalmente acontece. Pero fueron tantas las encarnaciones mal aprovechadas y muchos los sufrimientos por el que pasaron por lo que optaron trabajar en plano astral, sabiendo que es más lento el progreso espiritual. Siendo así pesa a su favor el hecho de no tener pérdida de tiempo, como sucede en la Tierra, donde miles y miles de personas se dejan dominar por las ilusiones de la vida material.

Los espíritus de los mundos opacos poseen cuerpos compuestos de materia fluídica de relativa densidad y con ellos pueden fácilmente trasladarse en la atmósfera fluídica de la Tierra, disciplinados rigurosamente por el Astral Superior. Esa actividad es muy valiosa, ya que pueden penetrar en cualquier ambiente, por peores que sean, colaborando así para que las Fuerzas Superiores durante las reuniones públicas y de desdoblamiento en las Casas racionalistas cristianas, puedan promover grandes limpiezas síquicas en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus, algunos perversos obsesores.

Aspectos engañosos de la vida material pueden aturdir al espíritu, sólo cuando está encarnado o en el astral inferior. En su mundo de preparación la vida real se presenta límpida, libre de todas las influencias e ilusiones terrenas. En él los deberes tienen una sola interpretación, no habiendo, por eso, sofismas, modos de ver, alternativas, situaciones dobles, vacilaciones, dudas o incertidumbre. Deber asumido es deber cumplido.

En los mundos de preparación, los espíritus se preparan para cumplir una nueva etapa en su proceso de crecimiento. Los que pertenecen a determinado plano, están en el mismo nivel de desarrollo.

En la Tierra, que es un mundo escuela, se mezclan e interaccionan espíritus de diferentes clases dando la posibilidad de auxiliar, confraternizar e intercambiar conocimientos, proporcionando así una vasta gama de experiencias a los que conviven en él. Esa desigualdad de valores representa un gran papel en el proceso evolutivo de la humanidad. Recordamos al lector que es tan importante, tan valiosa y necesaria, que hasta los miembros de una misma familia son, generalmente, de grados diferentes de espiritualidad.

Racionalismo Cristiano
Ningún detalle, ningún movimiento, ningún hecho referente a las encarnaciones anteriores deja de ser objeto de análisis por parte del espíritu. Por la acción vibratoria del pensamiento, él tiene grabado en la materia fluídica, con la más absoluta fidelidad, todos los actos de cada encarnación, desde su origen, y continúa grabándolos eternamente como si fuese filmes cinematográficos, cuyas escenas pueden ser vistas en cualquier época y en cualquier momento. Cuando retorna al mundo a que pertenece, el espíritu revé toda la encarnación pasada. La examina, detenida y minuciosamente, verifica, observa lo que realizó en las encarnaciones anteriores, analiza y estudia la posición en que se encuentra, con el fin de establecer un nuevo plan para su evolución.

Desencarnación del espíritu
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González