
Libre
albedrío quiere decir libertad plena de acción, tanto para el bien como para el
mal.
Practican
el bien las personas que trabajan para el perfeccionamiento de hábitos y
costumbres, promoviendo su evolución. Las que, por acciones o pensamientos,
hacen retardar esa evolución, inciden en el mal que acabará, tarde o temprano,
por alcanzarlas, con mayor o menor dureza.
La
facultad del libre albedrío comienza a despuntar cuando la partícula
inteligente asciende a la fase evolutiva que le da condiciones para encarnar en
cuerpo humano. En esa fase, como es comprensible, el conocimiento sobre el
proceso de la evolución es incipiente. La persona, sin embargo, ya posee
conciencia del bien y del mal.
El mal
uso del libre albedrío resulta de la corta capacidad de raciocinar, de la
adquisición de vicios y malas costumbres y del cultivo de sentimientos
inferiores.

Usar el
libre albedrío como instrumento contra el semejante, servirse de él para
injuriar, intrigar, despreciar, calumniar y desmoralizar al prójimo constituye
error de máxima reprobación.
Escapan
los seres, en cuanto pueden, de la justicia terrena, que tantas y tantas veces yerra
en la apreciación de los hechos, pero, jamás escaparán a las sanciones
espirituales que los harán recoger, en el debido tiempo, el fruto de las
semillas que hubieren sembrado en la Tierra.
No es
un tribunal astral, como se podrá imaginar, que va imponer la justicia
espiritual al infractor. Es el propio espíritu desencarnado que se somete a
ella voluntariamente, en el momento en que – en el mundo espiritual a que
pertenece, libre de todas las influencias de este planeta – procede en minucioso examen de sus actos, en que ni
uno sólo escapa a su apreciación y a su juzgamiento. El remordimiento, en esa
ocasión, le quema la conciencia, como si sobre ella hubiese sido puesto un
hierro candente. Dominado por el arrepentimiento, el espíritu anhela una nueva encarnación,
dispuesto a dar lo máximo de sí para recuperar, lo más rápido posible, el
tiempo que perdió en la Tierra. Es la quemadura de alto grado producida por el
arrepentimiento de la lucha íntima entre la constatación del mal practicado y
la conciencia del deber no cumplido, que hace trabajar el raciocinio,
ejercitándolo y desarrollándolo.
La
perversidad es una demostración inequívoca de la falta de esclarecimiento
espiritual. Ella significa que el espíritu aún no está convenientemente pulido,
y torna claro que sus vibraciones son idénticas a las de camadas espirituales
de ínfimo desarrollo del sentido humanitario. El libre albedrío de la persona,
en tales circunstancias, refleja desacierto de la orientación, del estado
evolutivo del propio espíritu.

Por lo
tanto, el espíritu vibra con la intensidad correspondiente a su grado de
progreso. Cuanto mayor fuere esa intensidad, más acentuado es el conocimiento
de la vida, más evidente el poder de acción espiritual, más seguro el control
de los actos humanos y más perfeccionado el uso del libre albedrío.
La
evolución – nunca está demás repetir – está regida por leyes naturales que
jamás se alteran en el tiempo y en el espacio. A sus normas imperativas nadie
puede esquivarlas. Esas leyes colocan a todos en el mismo riguroso nivel de
igualdad en lo referente a los medios de que cada cual dispone para hacer uso,
con toda libertad, del patrimonio espiritual que fuere conquistando, de manera
más rápida o más lenta, conforme la dirección que haya dado a su libre
albedrío.
La
evolución puede ser retardada por indolencia, displicencia o negligencia del
ser humano. Esa situación de indiferencia, de relajamiento y abandono de los
deberes que la vida impone es muchas veces atribuida a la supuesta
predestinación o al yugo del destino inexorable y cruel, contra los cuales
muchas personas piensan que sería inútil luchar. Ese modo infundado de encarar
cosas tan serias casi siempre resulta en daños morales y/o materiales. El ser
humano tiene suficiente poder para cambiar, en cualquier momento, los rumbos de
la vida, manejando, correctamente, el libre albedrío. Es él, el artífice de su
futuro bueno o malo, del triunfo o del fracaso.
La
persona espiritualmente esclarecida prepara hoy el día de mañana. Eso significa
que el futuro será el que estuviere siendo proyectado y trabajado en el
presente. Como hay mucho que hacer, le cumple estar siempre atento a los
deberes, procurando utilizar el libre albedrío en acciones que preserven su
futuro de consecuencias perjudiciales y le faciliten la jornada.
El
dolor moral – acompañado de desorientación – produce vibraciones susceptibles
de atraer y retener influencias y fluidos deletéreos. No obstante, desde que la
persona posea algún conocimiento de la vida y perciba las asociaciones
existentes entre el cuerpo y el espíritu – sin perder de vista la precariedad y
transitoriedad de los valores terrenos – comprenderá la necesidad de oponer
reacción inmediata al sufrimiento, para no dejarse dominar por él, así como los
pensamientos de debilidad que podrán conducirla a la depresión espiritual,
causa de tantos trastornos síquicos y males físicos.
A nadie
le es solicitado más de lo que puede dar. El buen uso del libre albedrío está
dentro de la capacidad de cada uno. ¿Por qué entonces, cometer errores que
hacen de la vida un tormento? ¿Por qué tantos se dejan absorber por las
bulliciosas emociones relacionadas a un vivir materializado, tan precario como
engañador?
Es,
pues, de máximo interés humano el conocimiento de la responsabilidad que cada
ser tiene en el gobierno de su facultad de arbitrar. Esa responsabilidad hace
parte integrante de la vida, siendo por eso irrecusable e intransferible. Es
inútil negarla, como es inútil intentar escapar de sus consecuencias. El perdón
para crímenes, fraudes y corrupciones no tiene ningún sentido en la vida
espiritual.
Lo que
se impone, por encima de todo, es la necesidad imperiosa e improrrogable que
cada persona enfrente con determinación, coraje y valor los problemas y las
responsabilidades de la vida.
El
error debe ser reconocido para poder ser evitado. Son incalculables los males
resultantes del desconocimiento de lo que representa el libre albedrío en la
existencia humana, pues, con esa facultad bien conducida, no habría tantas
encarnaciones mal aprovechadas.
Gran
parte de la humanidad poco sabe del libre albedrío. Muchas personas creen que
la vida se limita a un único pasaje por este planeta y por eso accionan de
manera incoherente, lo que contribuye para la pérdida de oportunidades
preciosas que este mundo escuela ofrece para la evolución espiritual.
¿Cuándo
se decidirá la humanidad a despertar para la realidad de la vida?
¿Cuándo
se sentirá con fuerzas para romper los eslabones de anticuadas corrientes de
pensamiento que dificultan el progreso espiritual?
Sin
duda que: es extensa la jornada del espíritu en las sucesivas etapas por la
Tierra. Todas ellas, sin embargo, podrán ser superadas sin repeticiones, si los
principios racionalistas cristianos fueren rigurosamente observados, y de ellos
el buen uso del libre albedrío es parte
destacada.
Libre Albedrío
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por
Adelina González