El
espiritismo es la ciencia de las ciencias; él las unifica en una síntesis
admirable.
El
espiritismo es ciencia profunda, vasta, ecléctica, cuyo estudio proporciona
conocimientos, no solamente sobre el hombre espiritual, sino también sobre el
hombre corpóreo; y enseñanzas de orden moral y de orden intelectual.
Él
nos hace comprender mejor el mecanismo de las funciones, no sólo de las
síquicas o mentales, sino, también de las orgánicas o vitales; y las de
relaciones del alma con el cuerpo, cuyas perturbaciones son causas
predisponentes y hasta determinantes de estados mórbidos.
El sueño, sea el natural, sea el provocado por la hipnosis o por los anestésicos, así como los sueños y las alucinaciones, no pueden ser explicados de modo comprensible, racional y satisfactoriamente, por los procesos fisiológicos comunes y ordinarios de la escuela organicista o materialista.
El sueño, sea el natural, sea el provocado por la hipnosis o por los anestésicos, así como los sueños y las alucinaciones, no pueden ser explicados de modo comprensible, racional y satisfactoriamente, por los procesos fisiológicos comunes y ordinarios de la escuela organicista o materialista.
El
sueño es la supresión de las funciones de relación; es la suspensión de la
actividad síquica; la casi cesación de la vida animal.
En
cuanto reposa, el cuerpo repara sus pérdidas, se rehace; y el alma se prepara,
disponiéndose para la lucha, en cuanto descansa.
El
sueño, como la vigilia, es un modo de ser del viviente; ambos afirman la
existencia, en antítesis: pues la vida es doble, - vegetativa u orgánica, animal o de
relación.
Las
escuelas materialistas procuran explicar
el sueño, sea el natural, sea el artificial – provocado o mórbido – por una
especie de parálisis del cerebro, debida a su compresión, por la falta, o por
la súper abundancia de sangre.
Incontestablemente,
tanto la anemia como la congestión acompañan o se presentan en el sueño; dado
el sueño, natural, provocado o mórbido, el aparato cefálico se encuentra en uno
de esos dos estado; pero, indicar el estado o la condición de un órgano o
aparato, en la realización de un fenómeno o de una función; explicar su
mecanismo o la manera de efectuarse, no es determinar la causa; son hechos,
diferentes, no deben ser confundidos.
La
observación registra que la pérdida de sangre, en cantidad excesiva, y a veces
hasta la de una pequeña porción trae como consecuencia el sueño, el delirio, el
síncope o el vértigo y mismo la muerte, que es un sueño, del cual no se
despierta.
Aún
otras maniobras provocan el sueño: la inhalación de los anestésicos, los pases
magnéticos, la sugestión, el reposo y hasta el movimiento, cuando cadenciado,
un canto monótono y la solo ausencia de luz; todo eso, todas esas maniobras son
apenas condiciones para el sueño; son, cuanto mucho, causas predisponentes.
La
causa del sueño, la única real, verdadera, aquella que lo determina e impone,
es la necesidad de la suspensión de la actividad síquica, la supresión de las
funciones de relación: la paralización temporaria de la vida animal.
El
sueño es para la vida animal lo que es el hambre y la sed son para la vida
orgánica: por el hambre y la sed el cuerpo reclama alimentos: por el sueño el
alma pide aliento.
El
sueño es una necesidad síquica.
Los
sueños y las alucinaciones son fenómenos puramente síquicos, no pueden ser
explicados fisiológicamente; por eso las teorías, que la ciencia materialista
creó para explicarlos, son falsas y hasta irrisorias.
Para
ellas, los sueños son producidos por perturbaciones del aparato digestivo! Son
el producto de una actividad inconsciente! Son el fruto de la superexcitación
de ciertos grupos de células cerebrales, cuando otros centros están en reposo,
de ahí su incoherencia!
¡No
recuerdan los creadores de tales teorías esdrújulas de que hay registrados
sueños auténticos, que fueron verdaderas profecías!...
Pasa
en los sueños el mismo hecho que ocurre en el sonambulismo lúcido: el alma del
magnetizado ve y oye aquello que ocurre a centenas de leguas: lee en el pasado
y en el futuro. Hechos, que lo corroboren, no faltan: se encuentran en los
libros religiosos y en los profanos, en los romances y en las páginas de la Historia.
Las
alucinaciones están en el mismo caso, no pueden ser explicadas
fisiológicamente, porque ni son fenómenos síquicos, sino hechos espiríticos.
La
pretensión de la ciencia materialista, a explicarlas, es simplemente ridícula.
No
se puede aceptar, seriamente, como perversión de los sentidos – alucinación –
la audición de palabras, frases y disertaciones en lengua que el oyente no
conoce, y que el repite con dificultad; o todavía la audición de una pieza de
música.
Así
también la descripción exacta de la figura de un individuo, que el vidente
nunca vio antes, fallecido o ausente; descripción minuciosa de su porte,
facciones, actitudes y gestos habituales, lo que revela la realidad y prueba la
identidad de la persona, aunque solo a él visible.
Son
numerosos los hechos de esta naturaleza, registrados en la literatura médica,
en la dramática y en otras.
Por
lo tanto, las teorías, inventadas por los materialistas para explicar el cómo y
el porqué de los sueños y alucinaciones, son falsas; no pasan de meras hipótesis,
sin fundamento, sin las condiciones de las científicas.
Fenómenos
puramente síquicos y hechos espiríticos, como ciertas alucinaciones, verdaderos
casos de Mediumnidad, no obedecen a las leyes orgánicas.
Las
neurosis, y, entre ellas, principalmente el sonambulismo, la catalepsia y la
locura, no tienen explicación satisfactoria y racional fuera de las teorías,
principios y leyes provenientes del estudio de los fenómenos espiríticos.
Los
fenómenos, hoy estudiados y vulgarizados bajo el nombre de Hipnotismo; y hace
mucho conocidos por Mesmer, Puysegur,
Dupotet, y muchos otros, antes y después de ellos; la llamada transposición de
los sentidos, la perspicacia o lectura del pensamiento y su transmisión, así
como la exteriorización de la sensibilidad y otros, no pueden tener explicación
plausible, racional, científica, sino en la existencia del cuerpo astral,
cuerpo anímico o peri-espíritu, que es constituido por el fluido etéreo o
fluido universal, cuya existencia fue, hace poco, demostrada experimentalmente.
El
espiritismo, por lo tanto, es una ciencia profunda, vasta, ecléctica, cuyo
estudio es de suma utilidad.
Habiendo
afirmado que el espiritismo es ciencia vasta, profunda, ecléctica, me cumple
demostrarlo; porque hoy no basta afirmar, es preciso probar, tornar la cosa
evidente, palpable: el tiempo del magíster dixit ya pasó.
Obediente
al método, probaré primero que es ciencia, demostrando después que es vasta,
profunda, ecléctica; porque alcanza el ciclo de las evoluciones que el espíritu
realiza desde su inicio, desde su origen.
Veamos,
para eso, en que consiste lo que se denomina ciencia.
La
ciencia es el conocimiento de las cosas, de los hechos y de los fenómenos en sí
mismos, en su naturaleza y en sus relaciones entre sí y con todo lo que los
cerca: el medio, el ambiente.
Ese
conocimiento solamente se obtiene por el estudio metódico, observación atenta y
análisis minucioso.
Es
por lo tanto, la ciencia fruto de nuestra inteligencia, resultado de nuestro
trabajo; ella visa un fin, satisface una necesidad de nuestro espíritu.
El
espíritu siente incesantemente necesidad de investigar; está ávido de
conocimientos; quiere luz, más luz, siempre luz.
El
Universo es infinito; la avidez de luz es insaciable; la materia de estudio
inagotable.
La
ciencia es un cuerpo de doctrinas, sintetizando todas las leyes y principios,
deducidos del estudio del Universo; ella es, pues, un conjunto de ciencias.
Las
ciencias, por lo tanto, son múltiples y varias; tantas, cuantos son los objetos
de estudio; todas visan el mismo fin; pero cada una tiene su objeto, la materia
de que se ocupa; unas son concretas, otras abstractas.
Así,
pues, no pueden aplicar todas los mismos métodos; ciertamente cada cual reclama
métodos, procesos y aparatos adecuados a la observación y análisis de la cosa,
hecho o fenómeno, que es el objeto de su estudio.
Es
lo que se ve, lo que se nota en todas
las ciencias hasta hoy constituidas.
Las
Matemáticas, la Astronomía ,
la Física , la Química y las Ciencias
Biológicas – Botánica, Zoología, Antropología y la moderna Sociología – todas
tienen su materia de estudio; y se sirven de métodos, procesos y aparatos
apropiados, de acuerdo con la naturaleza de su objeto y según las necesidades
del estudio.
¿Llenará
el espiritismo esos requisitos, satisfará esas condiciones, para merecer fueros
de ciencia?
El
espiritismo tiene por fin: esclarecernos sobre el otro mundo, sobre la vida de
más allá del túmulo; probar la existencia del alma, su pre-existencia y
sobrevivencia al cuerpo, satisfaciendo así una necesidad ineludible de nuestra
alma, aspiración incesante de nuestro yo.
El
estudia los hechos extraordinarios, pero
numerosos, numerosísimos, que constituyen un orden de fenómenos, hasta hace
poco, reputados sobrenaturales; y por eso relegado como inobservable, indigno
de estudios; los cuales, en tanto que, convenientemente observados, prueban la
existencia del espíritu, nos esclarecen sobre la vida más allá del túmulo.
Poniendo sobre nuestros ojos maravillados, estupefactos, un otro mundo.
Los
hechos que constituyen el objeto del espiritismo, no son sobrenaturales, ni
siquiera extraordinarios, sino que escapan de la observación de los que no
saben verlos; ellos son naturales, como todo cuanto existe en el Universo; son
comunes, ordinarios y hasta frecuentes.
Pero
para verlos, observarlos, aprender a notarlos y reconocerlos, cuando y donde
quiera que se presenten, era preciso, descubrir el instrumento capaz de
registrarlos, tornándolos evidentes y palpables.
Ese
instrumento es el Médium.
Encontrado
el instrumento, estudiado en sus
aptitudes, comenzaron los hechos a ser observados, al principio los espontáneos,
más tarde los provocados, en el intuito de reconocer la naturaleza de la causa
productora de tales fenómenos.
Como
resultado de los estudios espiríticos, la inmortalidad del alma es estatuida en
principio, perfectamente determinado por pruebas irrefutables.
La
sucesión de existencias o multiplicidad de vidas corpóreas de una
individualidad consciente – el espíritu humano – denominada reencarnación,
constituye una ley a la que están sujetos todos los espíritus; y es condición
esencial a su progreso.
Así,
pues, el espiritismo visa un fin, estudia una orden de hechos, emplea métodos,
procesos e instrumentos, exclusivamente suyos; crea teorías, estatuye principios,
establece leyes; satisface así y colma todos los requisitos exigidos por los
foros científicos.
El
espiritismo es, por lo tanto, sin la mínima duda, una ciencia.
Ciencia
vasta, profunda, ecléctica, el construye la síntesis de vida humana, alcanza el
ciclo de las evoluciones del espíritu, ab inicio ad eternum, del inicio a lo
infinito.
Sus
principios, sus leyes tienen aplicación universal; son un fanal en el medio de
las tinieblas que nos cercan; son un faro en el mar tempestuoso de la vida.
Son
un faro en el mar tempestuoso de la vida; porque hacen ver un puerto de abrigo
en la calma, en la resignación, en la
paciencia; refugios seguros contra las tempestades morales, consecuencias de
nuestros vicios y errores, frutos de nuestro atraso, de nuestro orgullo.
Son
un fanal en el seno de las tinieblas que nos cercan; porque, desvendando el
misterio de cómo se opera nuestro progreso intelectual y moral, por el proceso
de la reencarnación o sucesión de vidas corpóreas; demostrando la preexistencia
y sobrevivencia del alma humana, enrarece, adelgaza el velo que oculta a
nuestra vista una serie de vidas, cada cual menos luminosa, menos limpia de
errores, faltas, vicios y crímenes; lo que nos hace comprender el porque el
mundo es una escuela, donde debemos aprender amar al prójimo como a nosotros
mismos; y como la reencarnación es una necesidad, pues que la vida corpórea es
un medio de reparación, aproximando uno del otro: el ofendido y el ofensor; o
reuniendo en una misma familia, bajo el velo de la materia y gracias al olvido
del pasado, a la víctima y su verdugo.
Demostramos
con argumentos sacados de la
Historia y también por una apreciación de los hechos
inherentes a la naturaleza humana, que la Medicina ,
como arte de curar, es hija legítima del espiritismo.
Probamos
después, y lo hicimos por demostración analítica que el espiritismo es ciencia,
y ciencia de observación, en la cual también se recurre al método experimental.
Vamos,
a demostrar ahora, por una exposición de hechos, el eclecticismo, la
profundidad y vastedad de la doctrina espiritista.
El
fenómeno vital, denominado atavismo, cuya explicación por la escuela
materialista es inaceptable, repugna a la razón, por absurda, se explica, no
obstante, espiritualmente, de modo racional y satisfactorio, por la teoría de la reencarnación; y el hecho se
torna evidente, palpable, indiscutible, porque habla la razón.
Y,
no sólo se comprende y se acepta el atavismo síquico – moral e intelectual –
como también el mórbido y el orgánico; éstos, absolutamente inadmisibles con la
explicación materialista u organicista; y aquellos, aún más, porque no se
comprende su mecanismo – el proceso de transmisión, no se concuerda con el
transmisor de la herencia.
Probada
la existencia del alma, seguramente nadie, pondrá en duda que es ella quien
dirige el cuerpo, anima y domina: ella va ser el transmisor, el vehículo de las
malas costumbres y manías y también de las molestias.
Un
espíritu brutal debe tener un cuerpo grosero, adecuado a las necesidades, para
estar de acuerdo a su naturaleza.
Un
espíritu angélico tiene, no puede dejar de tener, un cuerpo delicado, apropiado
a la agudeza de su ingenio, afinado por la sutileza de sus sentimientos.
El
cuerpo es para el alma lo que la ropa es para el cuerpo; un agasajo, un abrigo,
contra las intemperies, un velo sobre la desnudez.
No
sólo el rostro, que se dice, es el espejo del alma, con sus facciones
particulares – la fisionomía - sino el cuerpo todo, en su conjunto, por la
proporcionalidad de sus formas y por su actitud nos impresiona; no hay
quien no lo haya experimentado; y esa impresión es agradable, simpática o
antipática; pero solo la tenemos en presencia de un viviente, criatura humana o
animal; la emoción, que sentimos ante el muerto, es muy diversa; es antes un
abatimiento, un choque, un sentimiento de repulsión instintiva.
Así,
pues, el alma domina al cuerpo, lo envuelve todo, no está encerrada en su
interior, y hasta se revela en la simple forma de un pie.
Las
manos revelan de tal suerte la naturaleza y las tendencias del espíritu que,
estudiándolas, se creó la quiromancia, cultivada en la antigüedad por sabios y
filósofos: Artemídoro de Efeso, Agripa (Henrique Cornélio) médico, filósofo e historiógrafo;
Robert Fludd, médico y filósofo; el sabio jesuita Del Río; y otros.
Es,
sin embargo, sin duda, la cabeza, que más y mejor muestra la influencia del
alma sobre su cuerpo, con sus deformidades y protuberancias; la cara, sede de
los músculos de la expresión de nuestras emociones, tan bien estudiadas por
Darwin y Duchenne de Boulogne; la boca – grande
o estrecha, de labios gruesos o
finos, de comisuras levantadas o abatidas, cuya forma, finalmente, traduce,
expresa una variedad casi infinita de sentimientos e ideas; la boca forma y emite la palabra; la boca estereotipa esos
estados vibrantes del alma – el llanto y la risa!
Y
los ojos que son, por su brillo y transparencia, como unos globos cristalinos,
donde se reflejan en cambiantes infinitas las emociones del alma! Y hasta la
nariz y las orejas; finalmente, todas las partes componentes del rostro son
delatoras de las disposiciones y tendencias de nuestro espíritu.
Lavater,
con sus bellísimos y muy interesantes estudios de las fisionomías, en que
colaboró el gran Moreau de la
Sarthe , y, antes de ellos, Adamantius, médico del siglo IV,
Porta (Gianbattista), célebre físico,
inventor de la cámara oscura, que publicó un tratado – De Humana Physionomia, -
en Sorrento, en el año 1586, Lachambre, médico de Luis XIV; el célebre pintor
Lebrun, y todavía otros; Gall y Spurzheim, médicos, creando la Frenología , cultivada
después por Broussais, F. Combe, Vimont y otros; todos ellos son intérpretes de
la acción y de la influencia y dominio del alma sobre el cuerpo; todos ellos son
los precursores en el estudio de las relaciones del espíritu con el cuerpo.
Ese
estudio solamente el espiritismo puede tornarlo completo, haciendo conocer el
modo por que se establecieron esas relaciones y como se forman o se crean las
ligaciones entre el espíritu y su cuerpo; conocimiento imposible sin el concurso,
sin el auxilio del instrumento – el médium.
El
médium ve y describe los lazos fluídicos que ligan el espíritu a su cuerpo; y
así, pero sólo así y por ese proceso el estudio de la encarnación puede ser
hecho.
Se
sabe hoy que el espíritu asiste, preside la formación de su cuerpo;
transfundiéndose, consubstanciándose en él por el peri-espíritu, - cuerpo
anímico -, molécula a molécula, órgano por órgano, durante la gestación, hasta
completar la evolución fetal; y de él toma posesión entera, absoluta, al
nacimiento; señoreándose entonces totalmente del barco que preparó para navegar
el mar tempestuoso de la vida material.
Se
sabe hoy; y eso es racional, cala en la conciencia, se siente que debe ser así:
es el propio espíritu quien escoge, después de minucioso estudio en la vida
espiritual – durante la desencarnación – y busca, según sus necesidades – de
orden moral e intelectual, el país, la sociedad, la familia y a sus genitores,
todo en fin cuanto deba y pueda concurrir para su progreso.
Así
es él, el principal, sino el único responsable por las contingencias, por las
vicisitudes y dificultades que carga durante la vida corpórea.
Por
ese modo se admite que el espíritu pueda transmitir; se acepta, porque es
comprensible, que el imprime en su cuerpo, igualmente con el tipo y forma, su
facción característica, sus tendencias morales e intelectuales; dando mas
desenvolvimiento, ya a los centros afectivos, ya a aquellos que sirven a la
inteligencia; de donde resulta la diferencia del carácter, de genio y de temperamento
que se observa en los individuos, desde la infancia.
Así
se explican y se comprenden las vocaciones; la mayor o menor habilidad para las
bellas artes – o para las artes mecánicas; y el porque se dice, y es exacto,
que la criatura nace – músico, poeta, artista, comerciante, soldado, abogado o
médico.
Resulta
de ese hecho, proviene de ahí la importancia del papel de la familia en la
sociedad; y la responsabilidad social de los genitores, a quien incumbe educar
a la prole; constituyendo el fin principal de la educación reprimir, o, al
menos, modificar las tendencias perniciosas de los hijos que temprano se
revelan; y alentar y desarrollar las benéficas.
El
espiritismo es un poderoso foco de luz, cuyos rayos alcanzan las fronteras de
la esfera intelectual e iluminan todo el ciclo de la vida.
El
esclarece y justifica las llamadas ciencias ocultas, explicando,
racionalmente sus deducciones, los
porqués de la vida astral y física.
Y
la que se esparce sobre las ciencias médicas, ilumina todo su vasto territorio, revelando los más
profundos recónditos de sus dominios.
Él
nos hace ver y comprender el cómo y el porqué una emoción perturba las
funciones del aparato digestivo, que hasta cierto punto, esto es, en su mecanismo
íntimo, en sus procesos físico-químicos, son independientes de la voluntad; y
las del aparato circulatorio, que también se efectúan fuera de este recurso; y
cuyo centro – el corazón – tiene mientras tanto su ritmo perturbado, y puede
inmovilizarse, al embate de una emoción violenta y brusca, determinando la
extinción de la vida.
Estas
funciones, como todas las que tienen por fin nutrir, reparar, conservar los
órganos, y son por eso denominadas de vida vegetativa, se ejercen y operan
sobre el influjo directo e inmediato de una interacción que le es peculiar – el
sistema ganglionar, también llamado el gran simpático, constituido por una serie
de ganglios nerviosos, verdadero rosario, compuesto de 19 a 25 ganglios para cada
lado (los padre nuestros del rosario), que se encuentra en las cavidades esplénicas
(región cervical, caja torácica y vientre), junto a la columna vertebral desde
el atlas hasta el cóccix, circundándola como un collar o cadena sin fin.
Puesto
que autónomo en su función peculiar, el nervio trisplánico o gran simpático, no
sólo no se halla separado del sistema cerebro-espinal, sino vive sobre su
influencia, es su subalterno, está ligado a él por los nervios aferentes, cordones nerviosos que, partiendo
de los nervios cranianos y de los raquídeos o espinales, penetran – uno a uno –
todos los ganglios del gran simpático, donde se originan las numerosísimas ramificaciones
nerviosas, que, acompañando los canales circulatorios – sanguíneos y
linfáticos, - envolviéndolos como la hiedra
envuelve un muro, y penetrando sus paredes, se dirigen con ellos a todos
los órganos y tejidos del cuerpo humano.
En
estas condiciones, sólo indirectamente los órganos y aparatos de la vida de
nutrición reciben influjo del sistema nervioso cerebro-espinal, limitado a la
vida de relación; por lo que, para explicar la perturbación de las funciones
digestivas y circulatorias, por traumatismo moral, se siente, se reconoce la
necesidad de otro agente, más allá de los nervios, capaz de hacer comprender
los efectos de una acción indirecta, remota y, puesto que impalpable, tan
enérgica, tan terrible que puede fulminar como el rayo.
Ese
otro agente es el peri-espíritu, - cuerpo anímico, constituido de una materia
etérea, parte del fluido universal seleccionado y perteneciente a cada esfera o
mundo, y por vía del cual el espíritu se incorpora, consubstanciándose órgano
por órgano, molécula a molécula con su cuerpo, a cuya organización, a cuya constitución y
hechura él asiste y preside, semejante al constructor que amasa el barro,
prepara la argamasa, escoge y modela el material con que hace el muro y
construye el edificio.
Al
embate de una pasión violenta el espíritu se perturba, se conmueve; el espíritu
se aflige, el peri-espíritu se contrae necesariamente, más o menos conforme el choque sea más o menos violento,
inesperado y cruel; el peri-espíritu contrayéndose disminuye su influjo sobre
la molécula material, sobre la célula orgánica, sobre el órgano, que por eso
pierde el calor, la energía, la actividad y hasta la vida.
Así,
de ese modo, se comprende como una emoción brusca y violenta puede, no sólo
perturbar las funciones, que, si no se ejercen bajo el influjo de los nervios
de la vida de relación, puede hasta aniquilar el viviente.
He
ahí como, con un pequeño rayo de luz, el espiritismo ilumina, esclarece puntos
obscuros, de la Anatomía ,
de la Fisiología ,
de la Patogénesis
y de la Embriogenia ,
hasta hoy insondables.
Acaba
de ver el lector como la luz, que se irradia de los estudios espiríticos,
penetra en los más hondos recesos de ciencias positivas, como son las
antropológicas, haciendo encontrar solución racional para los intrincados
problemas de fisiología patológica y embriogénica.
¿Supone,
talvez, que ahí se detiene la fuerza iluminativa del faro, que es el
espiritismo?
Si
así piensa, se engaña, como verá; y para convencerse de su engaño, basta un recorrido por el campo de la Nosología , donde se
encuentran, principalmente en el terreno de la Etiología – uno de los
más escabrosos, - los más difíciles problemas de las ciencias médicas.
Aquí
el auxilio de la ciencia del espíritu es inestimable, por los recursos con que
arma al médico para vencer las mayores dificultades del diagnóstico; por los
esclarecimientos que le proporciona para explicar el origen de ciertas
molestias, y también la resistencia admirable del organismo a las causas mórbido-genéticas.
En
general, el individuo que es metódico, paciente y calmo, que sigue una norma de
vida regular y no es atropellado por el revolotear de la sociedad; cuya actividad
no es solicitada simultáneamente por una multiplicidad de cosas, las más
disparatadas; ese tal es sano, tiene vida larga.
Las
estadísticas de la mortalidad por las profesiones son de eso la mejor prueba.
Para
ellos navega en mar sereno el pequeño barco de la vida.
Aquellos,
sin embargo, cuya actividad es despertada e instigada, casi incesantemente, por
mil objetos diferentes; que viven contrariados sobre la presión de sentimientos
deprimentes; esos son enfermizos, su vida raramente es larga; son ellos que
concurren con la mayor cifra para el obituario.
Esos
son los pilotos, cuyas naves acosadas por las tormentas de la vida, muchas veces
zozobran en medio del viaje, porque las ondas enfurecidas, que son las
pasiones, gastaron, agotaron las fuerzas, y con ellas el coraje, el ánimo del
timonero, que cae vencido.
La
mayoría de las enfermedades tienen sus causas predisponentes en el
debilitamiento del espíritu, que por su abatimiento, por su desánimo, no
comunica, no transmite al cuerpo la vitalidad que nace de la energía.
La
alegría es expansiva, ella vigoriza la circulación, alienta, da calor al
cuerpo, anima y robustece al organismo, mantiene la salud, prolonga la vida.
La
tristeza, al contrario, es reconcentrada; ella retarda la circulación, enfría, quita calor al cuerpo, desanima y
debilita al organismo, arruina la salud, acorta la vida.
Pero,
como los extremos se tocan, y todo exceso es malo; si la deprimente tristeza es
funesta a la existencia, la alegría, cuando excesiva, materializada, nada
racional, no lo es menos; hasta puede fulminar.
Son
los proletarios, para quien la vida es más penosa, más llena de contrariedades,
los que pueblan los hospitales; ellos, de cuyo seno salen esos bravos, esos
valientes, esos heroicos pilotos, mártires del progreso, cuyos nombres, no
obstante, la historia, rara vez, registra; ellos que navegan en búsqueda de la
verdad, afrontando los peligros y escollos del mar bravío que es la vida
humana!
Habiendo
mostrado y así hecho ver que las conturbaciones del alma, su abatimiento y
desánimo, por las innúmeras y perennes dificultades que la absorben,
cotidianamente, son causas predisponentes a las molestias somáticas, por el
estado de languidez y falta de energía del organismo, para reaccionar sobre lo circundante;
y en esta designación están incluidos todos los agentes capaces de modificar el
organismo o alterar la salud y aniquilar al viviente; quiera en el orden
material, quiera los de orden moral, - los físicos y los sociales o
sociológicos; - paso a mostrar, tornar visible, palpable, aquello que, mientras
tanto, ya de si es evidente, menos sin embargo, para los organicistas o materialistas;
esto es, que las Neurosis son molestias del alma, debidas a sufrimiento del espíritu,
o por y simplemente provocados por espíritus.
Se
da el nombre de Neurosis, en Medicina, a estados mórbidos que consisten en
perturbaciones funcionales, sin lesiones materiales ni causas apreciables; y
que se observan principalmente en la vida de relación, pero también en la
vegetativa.
Las
neurosis con sede en el aparato digestivo, en el circulatorio y en el
respiratorio, raramente son impulsivas – esto es, son capaces de dominar la
voluntad: la Dispepsia ,
el Asma y el Angor pectoris; aquellas, sin embargo, que afectan la vida de
relación, y son constituidas por alteraciones de la movilidad, de la
sensibilidad o de la inteligencia, perturban, suspenden, alienan la voluntad,
subyugan la conciencia; casi reducen a la criatura humana a las condiciones del
bruto, de fiera.
Las
primeras tienen por causa una alteración de función, dependiente ordinariamente
de un vicio diatésico: el herpetismo, la sífilis, la escrofulosis, etc.
Las
segundas, las que afectan la vida animal, no se afilian a causa alguna orgánica
apreciable.
De
estas, unas, como la Nostalgia
y la Hipocondría ,
son meras exteriorizaciones de estados del alma: otras traducen un desorden en las
relaciones del alma con su cuerpo, como la Catalepsia ; otras, como
la Histeria ,
representan estados complejos, mezcla de desórdenes síquicos y la intervención
de una voluntad o actividad extraña, invisible – un espíritu; otras finalmente,
como la Locura
en la mayoría de los casos, son fenómenos espiríticos, son hechos de la vida espiritual.
El enfermo, en este caso, es simplemente un médium de incorporación, un posesionado,
un obsesionado.
El
fenómeno de posesión (o incorporación, en el lenguaje espiritual), que
significa la posesión del espíritu encarnado por el desencarnado; el cual se
posesiona del organismo, bruscamente y con violencia, como en la Epilepsia ; o, como en la Locura lenta y subrepticiamente; y de uno o de
otro modo en la Histeria ,
es el que constituye el llamado desdoblamiento de la personalidad, que es una
duplicación del individuo; porque, no pudiendo el alma separarse completamente de
su cuerpo, pues sería la muerte; lo que de hecho se da es la subyugación del
encarnado por el desencarnado, el predominio de éste sobre aquel; que, no
obstante, continúa ligado a su cuerpo, en la posesión de él, aunque
contrariado, subyugado.
Esto
es admisible, se comprende; al paso que el desdoblamiento de la personalidad,
como dice el organicista, materialista disfrazado, es inaceptable por absurdo;
la unidad es indivisible; el hombre es uno, la criatura es indivisible.
Son
estados del alma, debidos a la acción más o menos directa de los espíritus
desencarnados o mismo encarnados, influyendo sobre las criaturas de diversos
modos; desde la simple sugestión – insistente, perenne, tenaz, hasta la acción
directa, enérgica, violenta, provocando los llamados ataques.
El
espíritu acciona, movido por el amor o por el odio; bajo el influjo de uno de
esos sentimientos, pero dominando su pasión, él procura captar la confianza de
su víctima; su acción es intencionalmente demorada, mas blanda; incesante, más
delicada; si, por ende, la pasión lo domina, la agresión es violenta y brutal.
Así
se comprende y se explica el porqué de las formas tan variadas, casi infinitas
de las histerias, desde la simple tristeza o alegría, sin causa que las
justifique, hasta la abstracción, entusiasmo o embeleso y éxtasis hasta la
locura; desde el estado en que la
víctima canta o baila, grita y llora sin saber porque, hasta aquel en que,
furiosa, rasga la vestimenta, se debate y cae por tierra, convulsionada, en
contorciones pavorosas, horrorosas o
sensual; las cuales, para ser explicadas racional y satisfactoriamente, sólo
pueden ser atribuidas a la naturaleza del sentimiento que anima, agita e
impulsa al espíritu agresor u obsesor.
Y
así también se explican las formas diversas de la Locura , que no pueden ser
atribuidas a enfermedades del órgano de la mentalidad; porque la necropsia,
practicada en individuos fallecidos de molestias intercurrentes, luego en
comienzo de la Locura ,
nunca reveló la mínima lesión material del cerebro, siendo cierto, entre tanto,
que se encuentran profundas alteraciones en los cerebros de aquellos que
sucumben, después de largo tiempo de sufrimiento por la locura; lo que torna
bien patente que tales lesiones son efecto y no causa de las perturbaciones
síquicas.
Estos
hechos pueden ser observados y analizados por quien quiera que sea.
Y
aquellos que lo hicieren sin ideas preconcebidas, sin sujeción a Escuelas o
Sectas, libres de cualquier obstáculo, han de reconocer su veracidad.
No
obstante ya haber así demostrado, pues juzgo haberlo hecho; o, si lo quisieren,
tener al menos patentado la influencia, la efectividad de la acción del alma
sobre su cuerpo y la de los espíritus sobre los hombres (de los muertos sobre
los vivos); quiero llamar, quiero despertar la atención del lector para un
fenómeno que manifiesta más clara y positivamente el predominio del alma sobre
su cuerpo; ese fenómeno es el atavismo.
El
atavismo es la prueba evidente de que el espíritu crea su organismo,
preparando, afectándolo según sus necesidades, de acuerdo con el modo o género
de vida y condición social a satisfacer, durante la existencia corpórea,
influye, ciertamente inconscientemente, sobre el aspecto, sobre la forma o
cierta apariencia que, en el estado de completo desenvolvimiento, en el estado
adulto habrá de presentar su cuerpo; al
cual imprime así, involuntariamente sin duda, por un proceso que es el
verdadero atavismo, un cuño, ciertas disposiciones que aparentan o traen la
idea de sexo diferente – un hombre de formas y gustos femeninos; una mujer de
aspecto y aptitudes varoniles; o aún, lo que no es raro, el tipo de un animal y
con él sus instintos, más o menos adormecidos.
Este
hecho tan significativo, tan importante sobre este punto de vista, como prueba
evidente del atavismo, lo es todavía más, sobre el punto de vista biogénico,
porque evidencia, torna palpable la filogénesis, esto es, la filiación, el
encadenamiento de las especies, que forman el reino animal; el patenta por un
indicio claro, manifiesto, incontestable, el camino, el viaducto, la vía
dolorosa que el espíritu recorre en su marcha evolutiva – genésica: formación,
individualización, perfeccionamiento.
Ese
fenómeno, el de la conservación o reproducción, no sólo de disposiciones y
tendencias afectivas – el carácter, gustos, inclinaciones y aptitudes, sino
hasta de cierta facción, actitudes y
formas, es lo que constituye el verdadero atavismo; es él ciertamente el
efecto, el resultado, el producto, no de
las causas fútiles que se le señalan, pero de una causa eficaz, lenta, pero
incesante; la cual no puede ser otra sino la modalidad que el peri-espíritu –
cuerpo anímico, cuerpo astral de los ocultistas – conserva, guarda, retiene de
forma y de carácter adquiridos en vida anterior próxima o remota.
En
el proceso de formación, individualización y perfeccionamiento del espíritu
está la razón de ser de los reinos de la Naturaleza ; ellos son los laboratorios, las
oficinas donde se realiza el trabajo ingente y maravilloso del alma humana.
Cada
uno de los reinos consta de regiones diferentes, ocupados por Estados (las
especies) más o menos independientes (distintas) y ligadas jerárquicamente
(afiliadas) de los más simples a los más
complejos.
La
jerarquía depende del número de oficinas; la mas ínfima contiene una única
oficina, la más elevada encierra todas; ocupándose cada cual con un trabajo
peculiar; cada una ejecutando el suyo; las mas ínfimas, separadas y
sucesivamente, cada cual por su vez, una después otra, a comenzar por la más
ínfima, hasta que, criadas todas y
constituido el laboratorio, pasan a funcionar simultánea y sinérgicamente,
concurriendo todas y cada cual con su trabajo, convergiendo sus esfuerzos para
un mismo fin – la creación.
Constituido
el laboratorio (el viviente) con las oficinas necesarias, (las partes
componentes del cuerpo) y estas con sus maquinismos (los órganos), el entra en
actividad y funciona siempre incesantemente, en cuanto las máquinas funcionan
regularmente, y hasta que no puedan más ser reparadas; a menos que un accidente
no interrumpa el trabajo de transmisión del movimiento; porque entonces el
laboratorio enmudece temporaria o definitivamente.
La
reproducción, copia el simulacro de la estática (forma, actitud, facción), es
una especie de memoria, memoria física, retención de formas, la cual se puede o
antes, se debe considerar como transformación, o mejor revitalización de la
fuerza de cohesión, que es aquella que conserva, torna permanente la
configuración de los cuerpos; es el atavismo orgánico, corpóreo.
El
mismo fenómeno de orden dinámico, reproducción del carácter, aptitudes y
tendencias afectivas e intelectuales es el atavismo síquico, al cual se debe
reputar como una especie de memoria, no material, sino mecánica, y por cuanto aún
retenedor, que llamaré memoria peri-espiritual, puesto que es el cuerpo anímico
que conserva las modalidades de existencias pasadas.
El
reflejo o reproducción, en una nueva existencia, de formas y de carácter,
idénticas o semejantes a las de una existencia anterior, próxima, da al hombre carácter
y formas femeninas, y a la mujer, carácter y formas varoniles.
Fenómeno
idéntico se opera en relación a la existencia remota; y entonces el hombre o la
mujer presentan en su todo o en ciertos trazos fisonómicos, el tipo de un
animal.
Sea
uno, u otro caso, son fácilmente verificables.
Ni
eso es novedad: fue la observación de ese hecho – notable, pero no
extraordinario o excepcional – que sugirió a Aristóteles y a Lavater la idea de
conocer el carácter por los trazos fisonómicos del individuo.
Ellos
creían que las fisonomías, que presentan cierta apariencia, tal o cual
semejanza con animales, denuncian inclinaciones análogas, tendencias idénticas
a las de esos animales.
Y
la observación, siempre y por toda parte, les dio y continúa a darles razón,
convirtiendo una simple presunción en utilísima realidad.
Espiritologia
Por Antonio Pinheiro Guedes
Traducido
al español por Adelina González