La Tierra es un mundo escuela,
una oficina de aprendizaje y trabajo, un ambiente adecuado donde el espíritu
promueve su evolución en tiempo más o menos extenso, de acuerdo con el
aprovechamiento alcanzado en cada una de las incontables encarnaciones por las
que necesita pasar en el planeta.
Conforme consta en el Capítulo
3 de este libro, titulado “Espacio”, los espíritus, en sus mundos de preparación,
están distribuidos por clases, según la evolución de cada uno. Los que
cumplen etapas del proceso evolutivo aquí en la Tierra pertenecen, con
excepción de casos especiales, a los mundos densos, opacos o intermedios.
Asimismo, los espíritus se mezclan intensamente al encarnar, formando pueblos
de estructuras heterogéneas, como conviene a un mundo de aprendizaje.
Los seres que saben más, los
que disponen de mayor formación, de mayor bagaje de experiencia, enseñan a los
que saben menos aquello que, por su turno, aprendieron de otros.
Para asimilar bien las
lecciones de la vida, necesitan encontrar en los semejantes cualidades y
conocimientos que aún no poseen. Exactamente por ese hecho es que se ve, con
frecuencia, personas de espiritualidad muy diferentes en una misma familia.
Determinado a encarnar y,
tomando en consideración las perspectivas relacionadas a su grado evolutivo, el
espíritu escoge dentro de lo que está a su alcance, la nación, la familia y
otras condiciones que le puedan favorecer en el proceso de desarrollo. En el momento
de la concepción se forma una conexión de naturaleza vibratoria entre él y el
óvulo fertilizado.
Al dejar las dimensiones más
sutiles, que constituyen su mundo de preparación, proyectándose en los niveles
más compactos de la materia física, la partícula de la Inteligencia Universal ,
en la condición de espíritu, se rodea con campos interligados al planeta,
recogiendo de cada uno de ellos la materia necesaria para la manifestación y
expansión de sus facultades.
Cada campo posee funciones
específicas. Hay,
por ejemplo, los que están asociados a las diversas graduaciones de los
procesos emocionales, otros que responden al ejercicio de funciones mentales y
aun otros que están ligados a las corrientes revitalizantes de los propios
campos.
El conjunto de extractos
oriundos de los diferentes campos, absorbidos por la partícula de la Fuerza Creadora ,
genera un campo individualizado de energía, asociado a ella, denominado cuerpo
fluídico. Es a
través de ese cuerpo que el espíritu interacciona con el cuerpo físico en
formación.
Las emanaciones radiantes
provenientes de las vibraciones del cuerpo fluídico van a originar en torno al
cuerpo físico un halo luminoso que puede ser captado a través de la percepción
extrasensorial de médiums videntes.
A medida que el cuerpo físico
se desarrolla en el útero materno, el espíritu comienza a ligarse a él,
gradualmente, a partir del tercer mes de gestación, a través de cordones
fluídicos. Se
observa, por medio de investigación mediúmnica, que ese cuerpo denso es
modelado a partir de una matriz fluidica, también llamada matriz etérea, constituida
en obediencia a leyes que regulan los procesos naturales en dimensiones
superiores a las terrenas.
Los campos etéreos son campos
de energía permeables y vitalizan los diversos campos, posibilitando el flujo
de energía entre ellos.
El espíritu toma posesión del
cuerpo físico en ocasión del nacimiento. No obstante, el despertar para la realidad física sólo
se hace paulatinamente, extendiéndose hasta, más o menos, el séptimo año de
vida, edad en que se consolidan las ligazones entre los cuerpos.
En los primeros años de
existencia, los niños viven parcialmente en las dimensiones síquicas y eso es
evidenciado cuando muchos de ellos están absortos, conversando con amiguitos
invisibles, viendo cosas y oyendo voces que, a los adultos, suenan como
invenciones y fantasías.
Tales fenómenos, no obstante,
cesan con el tiempo y los niños pasan a focalizar la atención en la realidad
física que las cercan. En esa
fase, ellas son también muy susceptibles a las influencias síquicas del medio
en que viven. Se presentan sin reservas y revelan, desde tierna edad,
tendencias plasmadas en encarnaciones pretéritas. Es el momento más adecuado
para definir y colocar en práctica estrategias educacionales que las conduzcan
al crecimiento espiritual.
Es importante, por eso, que los adultos,
principalmente los padres, sean concientes de esos hechos, a fin de orientarlos
con acierto, proporcionándoles un ambiente síquico favorable al desarrollo de
una personalidad espiritualmente equilibrada.
Al consumarse la encarnación,
los espíritus pasan a estimular campos que pueden ser considerados
localizaciones de energía, que interaccionan unos con otros y con el campo
general de energía universal.
Simplificando, se puede decir
que el ser en acción en la dimensión física está constituido por:
●
espíritu (principio inteligente e inmaterial)
● cuerpo
fluídico (materia diáfana)
● cuerpo
físico (materia densa)
Con esa estructura tendrá que
ejercer las funciones terrenas y vivir distintamente, las dos vidas: la
material y la espiritual, cumpliendo una de las más importantes determinaciones
de las leyes naturales, la reencarnación.
El espíritu, para el cual está
dirigida la atención del lector, es quien gobierna los dos cuerpos – el
fluídico y el físico – siendo, por lo tanto responsable por todas las
manifestaciones de vida.
Las transformaciones por las
cuales pasa la materia, a la que están sujetos los dos cuerpos mencionados,
jamás alcanzan al espíritu. Inmaterial, eterno e inmutable en su esencia, él
ofrece admirables demostraciones de potencialidad y valor a medida que
evoluciona.
El cuerpo fluídico es,
entonces, la ligazón entre el espíritu y el cuerpo físico del ser. Él está preso
al espíritu en razón de la vibración permanente de éste, y envuelve todo el
cuerpo físico.
Durante el sueño, el espíritu
se aleja con el cuerpo fluídico – del cual no se aparta nunca – sin interrumpir
la unión con el cuerpo físico, al cual continúa a transmitir el calor y la vida
a través de los cordones fluídicos.
Por más extensas que sean las
distancias que separan al espíritu del cuerpo físico, jamás la conexión entre
ellos se interrumpe, no sólo porque tal interrupción significaría la
desencarnación, como por la naturaleza de los cordones fluídicos, que se
extienden sin límites. Siendo
así, el espíritu y el cuerpo fluídico solamente dejan definitivamente el cuerpo
físico después de su fallecimiento.
El cuerpo físico es una obra
admirable de la
Inteligencia Universal , capaz de proporcionar al espíritu los
recursos materiales necesarios para efectuar en el planeta Tierra un curso de
perfeccionamiento en innumerables encarnaciones, indispensables a su ascensión
a un ambiente de mayor espiritualidad, en un plano más elevado de la evolución.
El cuerpo físico puede ser
presentado como una perfecta y acabada pieza escultural. La ciencia
médica de él se ocupa, estudiándolo en sus mínimos detalles. Y no es pequeño el número de científicos que ya
admiten que los desórdenes del espíritu -como las perturbaciones emocionales-
son la causa de gran parte de los desarreglos físicos, formando todo un cuadro
de anomalías y enfermedades, cuyo origen ya no constituye secreto para ellos.
El espíritu al encarnar se aísla
de su pasado, se olvida por completo de las existencias anteriores, apenas
retiene en el subconsciente las enseñanzas oriundas de las experiencias por las
cuales pasó y las tendencias resultantes del uso que hizo del libre albedrío. Eso
representa un gran bien:
Primero;
porque el velo de la materia impide que se reconozcan desavenencias de otras
existencias, posibilitando la reconciliación, aproximando sin resentimiento ni
malquerencia.
Segundo;
porque el espíritu, sin la visión temporaria de los errores del pasado, que tantas
veces humilla, avergüenza y hasta subyugan, aniquilando la voluntad, se posiciona
mejor para una nueva existencia, en cada pasaje terreno. Todo cuanto de bueno
adquirió con esfuerzo y trabajo conserva para siempre, y ese patrimonio
espiritual le sirve de valiosa colaboración en cada encarnación, facilitando la
conquista de nuevos conocimientos, de nuevas cualidades y de mejor
perfeccionamiento de sus atributos. Así han hecho y continúan a hacer millones
de espíritus en su trayectoria por este mundo, en una extensa serie de
encarnaciones.
El ser humano pasa por diferentes
fases, en cada una de las cuales podrá recoger valiosas enseñanzas.
Esas
fases son:
Infancia,
Juventud,
Madurez
y
Vejez.
En
todas ellas tiene deberes a cumplir, trabajos a realizar, obligaciones a
satisfacer. La dinámica de la vida exige acción permanente. Pero acción
dignificante, provechosa y constructiva, en beneficio propio y del semejante.
Las cuatro fases mencionadas solamente poseen sentido en el plano físico. Ellas
se relacionan únicamente con el desarrollo y duración de la existencia terrena,
sirviendo para establecer la diversidad de experiencias y enseñanzas en el
curso de una encarnación.
Se da el nombre de infancia al
periodo que se extiende desde el nacimiento a la pubertad. En ella se
construye la base que irá a sustentar la formación del carácter.
El miedo es uno de los
perniciosos males que más inquietan, angustian y martirizan al ser humano. Sus raíces
pueden comenzar a crecer en la primera infancia, cuando tantas cosas erradas
son inculcadas en la mente de los niños; como ciertos cuentos infantiles, en
que aparecen bichos comilones, fantasmas, lobisones y tantas invenciones, muchas
veces causantes del complejo de temor que se va apoderando de los niños y por
la nefasta influencia que tal complejo pasa a ejercer durante toda la vida.
Combatir, durante el proceso
de educación de los niños, todo cuanto pueda contribuir para tornarlos tímidos
y miedosos, evitando, necesariamente, los caminos extremos que conduzcan a la imprevisión
y a la temeridad, es deber que se impone a todos los que tuvieren parte de
responsabilidad para con ellos. Es de importancia fundamental las enseñanzas que
fueren suministradas al niño en esa delicadísima etapa de la vida, a través de
lecciones del más alto sentido moral y, sobre todo, de ejemplos repletos de
valor, para que sean bien asimilados y contribuyan para la formación de una
personalidad valerosa.
A la infancia siguen los años
de juventud, que se sitúan entre lo que se concibe generalmente por menor y por
adulto.
La juventud comienza en la
pubertad, extendiéndose hasta la madurez. Es la edad de la razón, en que están presentes, de
modo general, las más altas aspiraciones y los grandes ideales de la vida. El
sentido de espiritualidad está presente en esas aspiraciones, en esos ideales,
principalmente si en la infancia el niño tuvo la felicidad de recibir
principios educativos elevados.
Una nación será grande en la
medida que pudiere confiar en su juventud, para lo cual se dirigen,
permanentemente, las esperanzas de los más viejos.
A la juventud continúa la madurez,
en que el ser humano tiene, a su favor, la experiencia alcanzada en los
períodos anteriores de la vida. Él podrá ser, en esa etapa, un timonero seguro y competente, sirviéndole de mucho la
suma de conocimientos adquiridos.
La persona alcanza el apogeo
en la madurez. Su
cuerpo físico alcanzó la vitalidad máxima, permitiendo al espíritu transmitirle
la plenitud de su capacidad constructiva.
La vejez representa la última etapa
de la vida. Eso es
comprensible: el cuerpo físico no es más que la máquina al servicio del
espíritu, del que recibe calor, acción, movimiento y vida. Esa máquina, como
todas las máquinas – está sujeta a la acción del tiempo, a los desarreglos y
desgastes que son mayores o menores, de acuerdo con el cuidado que se le fuere
dispensando. Y, convengamos, no faltan los desatentos, los indiferentes y los
desprolijos. Algunos se entorpecen con los vicios, que producen en el cuerpo
físico daños que a menudo son irreparables, acarreando su ruina.
La vida bien vivida conduce a
una vejez sana y feliz. En esa
fase, sin embargo, aunque plenamente lúcido, el ser humano no puede, como es
comprensible, manifestar la misma fortaleza de la juventud y el vigor y dinamismo
revelados en los períodos anteriores. Y eso se debe por la natural disminución
de la capacidad física.
Las actividades en este mundo
son diversas y son muchos los medios por los cuales se procesa la evolución. No obstante,
ni todos los seres humanos cuentan con iguales posibilidades, pero lo que importa,
por encima de todo, es ennoblecer el sentido de la vida, mismo en los trabajos
más rudos y humildes.
Son felices las personas que
saben dar al mundo inequívocos ejemplos de valor y honradez. El interés por
el bienestar general, el comportamiento familiar, la preocupación constante
direccionada para la educación de la prole, la disciplina y el amor al trabajo
son algunos de esos ejemplos.
La moral social se define por
el grado de evolución espiritual. Cada pueblo posee una concepción propia de la vida.
Mismo así cuanto más se avanza en el terreno de la civilización, más patentes y
fuertes se evidencian los preceptos de la moral y de la honra.
La educación de los seres
humanos no se limita al período de la infancia, en que más influyen los padres.
Preparados
para dirigirse por sí mismos, ya adultos, deben ir recogiendo el mayor acopio
de experiencia que les fuere posible alcanzar, a través de la observación y del
testimonio de las cosas que ocurren en su entorno o del que hubieren tomado
conocimiento.
El éxito o el fracaso de los
otros, las causas, las razones, los motivos de las alegrías o de los
sufrimientos por los que pasan, constituyen valiosas lecciones que deben
aprovechar todas las personas, para no incidir en los errores que causaron
dolor y el perjuicio ajeno y para poder tomar los caminos que llevaron al
semejante al triunfo y al bienestar.
Los variados niveles sociales
que existen en la Tierra se justifican, en parte, no sólo por tratarse de un
mundo escuela, como también por las fallas que se observan en la educación de
sus habitantes.
El individuo mal educado
restringe su campo de acción al propio nivel en que vive, tornándose indeseable
en los planos superiores de educación. De ahí la necesidad que tiene toda persona de no ahorrar
esfuerzos en el sentido de mejorar sus condiciones sociales,
contribuyendo para la elevación de los índices de moralización en el planeta.
Si la persona se torna
inferior ante del prójimo cuando practica acciones condenables, reveladoras de escasez
de principios morales y educativos, mas inferior se sentiría y con vergüenza de
sí misma, si tuviese la conciencia espiritual vigilante y despierta para
apreciarlas y analizarlas.
Vivir con eficiencia implica
cuidar de la salud moral y física, participar activamente del esfuerzo común de
la humanidad para mejorar las condiciones del mundo, procediendo siempre con
disciplina, método y orden.
Los seres deben respetarse a
si mismos y al prójimo, ya que no es concebible una existencia terrena digna y
bien ajustada al interés común sin respeto. Tratar sin respeto al semejante es revelar carencia de
principios educativos y cometer una indignidad. El respeto debe existir entre
marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y, de modo general, entre
todos los seres. No hay germen más pernicioso y destructor del sentimiento de
amistad que la falta de respeto. La intimidad no exime, de ninguna manera, del
trato respetuoso.
El principio de autoridad -indisociable
de la fidelidad a los dictámenes de la moral, de la moderación y de la justicia
- jamás deberá ser ejercido con despotismo e intolerancia. Aunque muchas
personas se impongan por el temor que sus actos infunden, la verdadera
autoridad, la más auténtica, la más legítima es magnánima y justa, tornando a
aquellos que la ejercen queridos y respetados. Eso no quiere decir que abdiquen
ellas del derecho – y hasta del deber – de usar energía y severidad cuando
fueren necesarias. Lo que no deben, nunca, es excederse o de tornarse
prepotentes y arbitrarios. Quien tiene autoridad precisa reflexionar bastante
antes de tomar cualquier medida, para reducir al mínimo la posibilidad de
cometer equívocos y practicar injusticias.
Todos los habitantes de este
mundo escuela son imperfectos. Unos, evidentemente, más que otros. No hay, pues,
quien no esté sujeto a errores. Muchos de esos errores son involuntarios. Otros
resultan del mal uso del libre albedrío. Se dice que: “errar es humano”, nada
más cierto, sin embargo, una vez convencido del error, cumple a cada uno
honestamente reconocerlo y esforzarse para no volver a errar. Esconder los
errores en lugar de combatirlos es práctica común, pero altamente perjudicial
al perfeccionamiento del espíritu.
La mayoría de las personas excepcionalmente
proceden con imparcialidad y justicia en el juzgamiento de sus propios actos. Aún aquellas
que encaran con severidad las malas acciones ajenas, para las cuales tienen
siempre palabras de censura y condenación, no escapan a la tendencia general
con relación a las propias faltas, que es la de justificativa amplia,
indulgente y absolutoria. Con ese procedimiento, los errores acaban por
incorporarse a los hábitos y costumbres humanos, perdiendo el individuo el
respeto que debe a sí mismo y corrompiendo su carácter y dignidad. Lo que todos
deben y precisan hacer es encarar, valientemente, las faltas cometidas y
disponerse a eliminarlas con el poder de la voluntad.
La integridad deberá
constituirse en permanente preocupación del ser humano, que mucho se
beneficiará si consigue perfeccionar, por lo menos, una de las muchas facetas
de ese precioso tesoro moral. Nadie puede llegar al fin del ciclo de encarnaciones
terrenas mientras no hubiere alcanzado elevado nivel de integridad.
En este mundo no faltan
subterfugios astutamente creados para proporcionar situaciones ventajosas, pero
deshonestas. Los
débiles siempre capitulan ante ellos. Los fuertes resisten, los que resisten
vencen, y las victorias fortalecen. Pues es de la suma de esas victorias que se
forman seres verdaderamente íntegros. Pero, entiéndase: no se perfecciona la
conducta moral apenas porque no se vende la conciencia. Es preciso más, es
necesario sentir la vida en toda la grandeza y plenitud, para reconocer que
solamente es perfectamente íntegro quien – además de la honra – está siempre
dispuesto a contribuir para el bien general, y es justo, digno, leal y
valeroso.
El perfeccionamiento debe
tornarse la principal preocupación del ser humano en los diversos ramos de la
actividad. Para
eso, tienen necesidad de esmerarse en el desempeño de sus obligaciones,
procurando ejecutar el trabajo con la dedicación de que fuere capaz.
Sin la atención, interés,
conocimiento, esfuerzo, alegría, buen humor y la inexorable disposición de
alcanzar resultados positivos, no se camina para el perfeccionamiento, y éste, invariablemente
ligado a la evolución, es la razón principal de la venida del espíritu a la
Tierra. No hay
posibilidad de progreso espiritual fuera del campo del perfeccionamiento.
Por eso mismo, es el
perfeccionamiento espiritual, el gran y poderoso aliado de los seres humanos. Conquistarlo,
en todas las oportunidades y por todos los medios, es deber que se impone a los
que realmente desean progresar, aprovechando bien la existencia. Como no hay
tiempo para perder, deben procurar aprender hoy lo que aún ayer no sabían, concientes de que cada
conocimiento nuevo representa un bien más, un valor más que se incorpora al
patrimonio espiritual.
A los que no tuvieron la
felicidad de frecuentar escuelas, es importante recordar que la Tierra es un
mundo donde podrán aprender las más variadas lecciones, pues buenas enseñanzas
no faltan. Muchas
son las materias que componen el curso que compete al espíritu hacer en los
innumerables pasajes por este planeta. Los alumnos desprolijos, desatentos y reacios,
deben siempre repetir las lecciones.
Si la humanidad se
compenetrase de lo que representa una existencia bien aprovechada, no se
constatarían en la Tierra tantas fallas y poco caso por los valores
espirituales.
Cuanto más adelantado fuere el
ser humano, más reconoce la inmensa
distancia que lo separa del saber absoluto, que exige una eternidad de
estudios. El
verdadero sabio no pierde la conciencia de sus limitaciones, por eso se
esfuerza por aprender siempre más y más. De modo general es modesto y sin
pretensión, al contrario de los individuos que andan siempre preocupados en
exhibirse y en hacerse pasar por alguien de gran talento e importancia. Muchos
de éstos no perciben del ridículo a que se exponen cuando hacen de si mismos –
de su inteligencia, de su bondad, de su valor – el objeto de la conversación.
El alarde de atributos
hipotéticos o reales no le queda bien a nadie. Por eso, hay necesidad de comedimiento, de moderación
en los gestos y en las actitudes que deberán constituir un sano hábito en la
vida de los seres humanos, para conducirse siempre con ejemplar dignidad. Los
ejemplos de honradez constituyen la más alta contribución que pueden dar a la
sociedad.
La honradez no se limita a la
puntualidad en los pagos, a la exactitud en las transacciones y a la fidelidad
en los contratos. Ella
exige, por encima de todo, firmeza de carácter, sentimientos elevados,
desprendimiento y valor, lealtad inflexible y rectitud en el cumplimiento del
deber.
El Universo, considerado en sí
mismo, es todo movimiento y acción. Los grandes artífices del progreso del mundo fueron
trabajadores incansables. Los ejemplos de dedicación al trabajo son de los más
útiles a la causa de la humanidad. Los que viven en la ociosidad no pasan de
parásitos sociales y aprovechadores del trabajo ajeno, aun mismo cuando
dispongan de fortuna y se juzguen personajes importantes.
El ser humano se ennoblece y
dignifica tanto con el trabajo brazal como en el intelectual, artístico o
científico. Lo que
da provecho al espíritu no es la naturaleza del trabajo, sino el valor moral y
la satisfacción con que es realizado. Siendo así, todos deben procurar el
trabajo, que corresponda a su vocación para ejecutarlo con alegría y
entusiasmo, no considerándolo un castigo, ya que sin él jamás darían un paso en
el camino de la evolución.
Constituyen acciones
meritorias del más alto interés humano las obras culturales que se escriben,
las escuelas que se instalan, las bibliotecas que se fundan, las organizaciones
científicas que se establecen y los trabajos que se realizan con la finalidad
de instituir e incrementar, en todo el planeta, el intercambio intelectual,
material y espiritual entre los seres. Bajo ese aspecto, se incluyen también
las iniciativas destinadas a fomentar la producción industrial, mineral y agrícola
que preserven el medio ambiente y contribuyan para el bienestar de la
colectividad.
Desempeñarse en cualquier
función exige celo, dedicación e interés por alcanzar el mejor resultado
posible. Los
ejemplos deben partir de todos, ya que sólo tiene autoridad para exigir aquel
que sabe cumplir sus deberes.
La falta de celo en el
desempeño de cualquier función hiere el carácter, empaña al individuo y menoscaba
su conducta, errando contra si mismo, quien se caracteriza por el descuido, desprolijidad
y negligencia.
El trabajo humano aunque
parezca aislado es de coordinación y cooperación mutua, estando directamente
interesados todos los seres. Los que ejecutan mal su parte por falta de celo y
dedicación revelan cualidades negativas y pobreza del sentido de
responsabilidad.
Para ser bien aprovechado el
tiempo, se debe organizar una
planificación inteligente de trabajo, de manera que los compromisos sean
ejecutados en horas apropiadas. Trabajar, descansar y recrearse son tres importantes necesidades
humanas para producir un mismo resultado: que es el bienestar físico y
espiritual. Cada cual debe escoger el horario que mejor le sirva a sus
conveniencias y a las exigencias del trabajo, pero sin descuidar el reposo y el
recreo. Solamente así encontrará placer en el trabajo, provecho en el descanso
y alegría en la diversión, factores que contribuirán para la salud y el
bienestar.
Siempre que los recursos lo
permitieren, la economía no debe impedir la buena presentación ni el bienestar de la vida en material, moral e intelectual
del ser humano. Tan
condenable es el desperdicio como la mezquindad y la avaricia. Todos deben repeler
los vicios, abstenerse de lo superfluo, oponerse al desperdicio y al
despilfarro, pero sin privarse de lo necesario.
Es necesario comprender que
los bienes materiales pertenecen a la Tierra y que en ella quedarán, siendo los
seres humanos nada más que administradores o, transitoriamente, usuarios de
esos bienes.
Proceder egoístamente,
esclavizarse a los valores puramente materiales, en la falsa suposición que de
ellos depende la felicidad, es un engaño, y de los más graves, en el que
incurren gran número de seres.
El patrimonio que acumula la
persona a lo largo de cada jornada terrena está representado, exclusivamente,
por las acciones meritorias que practica, son, los únicos bienes que llevará
consigo y le llenará de alegría y felicidad en el plano espiritual.
Todos los seres humanos están
dotados, entre otras, de la facultad de intuición: más receptiva y sensible en
unos que en otros. Por medio
de ésta, espíritus desencarnados que deambulan en la atmósfera fluídica de la
Tierra en estado de perturbación – en su conjunto designados de astral inferior
por el Racionalismo Cristiano - interfieren en la vida de las personas, instigándolas
– cuando éstas no reaccionan por medio del pensamiento activado por la voluntad
conciente – a cometer los peores actos, haciéndoles llegar, frecuentemente, a
la obsesión. Contra esas influencias son inútiles las peticiones infundadas a
hipotéticos protectores, generalmente formuladas por los que desconocen estos
principios básicos y fundamentales de la vida universal: atracción y repulsión,
acción y reacción, causa y efecto.
Así siendo, los seres precisan
conocer la acción del pensamiento, el poder de la voluntad, la fuerza síquica
de atracción, que tanto podrá ser ejercitada para el bien como para el mal, acorde
la naturaleza de los pensamientos que la dinamizan y, consecuentemente, los
recursos que poseen para –indistintamente- atraer el bien y repeler el mal. Los deberes
materiales y morales deben estar siempre presentes en la conciencia de todos,
pues la vida reclama, a cada paso, una actitud, un movimiento, un gesto, una
palabra que traduzca el cumplimiento del deber.
Cumplir el deber significa:
ser honrado, respetarse a sí mismo y actuar con dignidad, elevación y
conciencia esclarecida. Cabe al
ser humano mantenerse siempre vigilante, siempre atento a los deberes,
convencido de que, si dejare de cumplirlos en una existencia, los estará, inevitablemente,
acumulando para las siguientes.
Si tantos errores se cometen
en la Tierra es porque los seres humanos no se dan el trabajo de raciocinar
detenidamente antes de practicar cualquier acto, para poder prever las
consecuencias. Por
comodidad, por indolencia o pereza mental, muchos atribuyen a los otros la
tarea de pensar por ellos y pasan a aceptar como propias las ideas ajenas. Así
nacen movimientos con numerosos seguidores propensos a creer en lo que los
otros creen o fingen creer, por más absurdos que sean los objetivos visados.
El raciocinio cuanto más se
ejercita más se desarrolla. De ahí la necesidad de perfeccionamiento en el pensar.
Con el poder penetrante que el raciocinio posee, no es difícil al lector
distinguir lo racional de lo absurdo, lo lógico de lo ilógico, lo cierto de lo
errado, y convicto, divisar el camino que lleva al esclarecimiento espiritual.
Encarnación del espíritu
Por Luiz de Mattos
Traducido
al español por Adelina González