La obsesión es uno de los males que más sufre la humanidad,
el peligro mayor está precisamente en no ser percibida, en sus diversos aspectos,
por la falta de conocimiento sobre las actividades de los espíritus en los diversos
planos astrales, sobre las facultades mediúmnicas y otros asuntos relacionados
a los principios espiritualistas que el Racionalismo Cristiano difunde.
La obsesión puede presentarse de forma sutil, amena,
periódica, permanente, suave o violenta. En la forma sutil y amena, se manifiesta
por manías, pavores, exquisiteces, fobias, tics, extravagancias, pasiones,
fanatismos, cobardía, indolencia y por todos los excesos, como los sexuales,
los de comer, los de reír o de llorar, y muchos otros.
En el Capítulo 10 de este libro, titulado “Mediumnidad y
médiums – fenómenos físicos y síquicos”, vimos como accionan los espíritus
obsesores sobre las personas que los atraen con pensamientos afines. A pesar de
toda la acción deletérea que espíritus del astral inferior ejercen sobre la
humanidad, forzoso es reconocer que la culpa de la obsesión cabe, en gran
parte, a las propias víctimas, por haber alimentado pensamientos y practicado
acciones, cuando sanas, con que formaron
las corrientes de atracción en que se apoyaron los obsesores.
Pensamientos de perversidad, de venganza, de odio y otros
semejantes vibran en todas las direcciones en la atmósfera fluídica de la
Tierra, estableciendo inmediato contacto entre quien los emite y los espíritus
obsesores. Los hechos de lo cotidiano eso confirman.
Las bajas camadas del astral inferior están ligadas, por
estrecha afinidad, a las personas mal humoradas, a las vengativas, envidiosas,
irritadas y deshonestas, así como a aquellas que alimentan debilidades y
vicios. Esas personas, aún mismo cuando no aparentan estar obsesionadas, crean
un clima profundamente dañino a sí mismas, a los miembros de la familia y a
aquellos con quienes conviven, forzados, unos y otros, a participar del mismo
ambiente, sin los esclarecimientos capaces de minimizar los efectos perniciosos
de la mala asistencia astral. El resultado es, casi siempre, la perturbación u
obsesión, en cualquiera de las formas, suave o violenta.
Ni siempre el espíritu obsesor tiene conciencia del mal que
produce. Es también víctima de los errores que practicó cuando encarnado, por
el desconocimiento de la vida espiritual. Esa lamentable falta de conocimiento
lo hizo prisionero en la atmósfera fluídica de la Tierra , llevado por falsas
creencias y persuadido de que nada más existe para los que desencarnan, más
allá del ilusorio medio en que pasaron a vivir. Procura, entonces, desenvolver
cualquier actividad en ese ambiente, pasando a intuir a los que fueron sus
parientes, amigos y conocidos, suponiendo que practica buena acción, o por
sentir placer en esa actividad. Tales intuiciones, si son aceptadas, facilitan
y estimulan para otras, estableciendo intensa coparticipación de los espíritus
del astral inferior con personas que tienen pensamientos afines. Cuando eso
sucede, la puerta para la obsesión está abierta.
Los obsesores, siempre que la afinidad fuere intensa, no se
apartan de la víctima, por el placer que tienen de permanecer donde se sienten
bien. Cuando la obsesión es provocada por espíritus que fueron enemigos del
obsesionado en la Tierra ,
la acción perturbadora es ejercida con mayor violencia contra él, tornándose
comunes las crisis furiosas.
En el Capítulo 9 de este libro, titulado “Des-encarnación
del espíritu”, vimos que la concepción de la muerte resulta del concepto de la
vida completamente equivocado. En verdad, la muerte no existe. El espíritu es
imperecedero, no muere. Apenas el cuerpo físico se extingue, cuando ocurre la
desencarnación del espíritu. Luego, las personas deben esforzarse por
rehacerse, lo más deprisa posible, del choque causado por el fallecimiento de
parientes y amigos, para no debilitarse espiritualmente. Dice la sabiduría
popular, con justa razón, que “no tiene remedio lo que remediado está”. Es
inútil alguien continuar a lamentar una situación pasada, a mortificarse. La
preocupación debe estar dirigida para el presente, del cual depende el futuro.
Pensar es atraer. Todos los que se unan por el pensamiento a
espíritus desencarnados que permanecen en el astral inferior no sólo los está
atrayendo y perturbando, como también retardando su traslado para el mundo de
preparación espiritual correspondiente, estimulándolos a permanecer en contacto
con las cosas terrenas, inclusive los problemas de la vida familiar, y
concurriendo para tornarlos obsesores.
Conviene insistir: los espíritus que llevaron en vida física
una existencia irregular, materializada y con muchos errores permanecen en el
astral inferior, algunos por mucho tiempo, muchos accionando perversamente
contra los seres incautos. Su preocupación es la intuición para el mal. Se
sirve, para eso, de personas de voluntad débil, que usan como instrumentos
pasivos para la consumación de sus actos. De ahí los homicidios, los suicidios
y tantas otras calamidades sociales. Esos espíritus actúan aisladamente o en
falanges obsesoras bien adiestradas, para mejor alcanzar sus objetivos. Sus
organizaciones poseen vigías atentos, ubicados en varios lugares, prontos para
dar la señal en el instante preciso y para promover la convocación de otros
obsesores, para la acción en conjunto.
Como la unión hace la fuerza, obtienen, generalmente,
resultados satisfactorios sobre los seres desprevenidos y ajenos a sus tramas,
ya obsesionándolos, ya llevándolos a cometer acciones desequilibradas, con los
sentidos enteramente perturbados.
El esclarecimiento contribuye para que las personas puedan
evitar la influencia obsesora y para impedir que fuerzas externas interfieran
en su yo interior y sus actos. Los conocedores de la vida espiritual, que
tienen conciencia del valor de las poderosas fuerzas que se llaman: voluntad y
pensamiento, son capaces de mantener distancia de los obsesores.
Recordamos al lector que son varios los caminos que llevan a
la obsesión, perturbación síquica causada por el mal uso del libre albedrío,
por la voluntad mal educada, por los desórdenes sexuales, por el descontrol en
los actos cotidianos, por el nerviosismo incontenible, por los deseos
insuperables, por la ambición desmedida, por el temperamento voluntarioso.
Es oportuno también recordar que, al hacer mal uso del libre
albedrío, el ser humano contraría las leyes naturales que sirven de parámetro
para un vivir más útil y equilibrado. Esa facultad – libre albedrío – asegura a
cada uno el derecho de conducirse por si mismo, con libertad e independencia de
acción, como conviene a los seres dotados de raciocinio, pero lo torna
responsable por todos los actos que practica.
Con el raciocinio bien ejercitado en la solución de los
problemas que constantemente se presentan, teniendo siempre en mente el aspecto
honrado de la cuestión, todos pueden mantenerse dentro de las reglas de buena
conducta, haciendo, así, uso adecuado del libe albedrío. Los que se alejan de
ese camino lo hacen porque quieren, porque se dejaron debilitar, y el
debilitamiento da la oportunidad de atracción de espíritus del astral inferior
que, en mayor o menor espacio de tiempo, acaban por producir la obsesión.
La voluntad mal educada proviene de la indolencia, de la
indiferencia y negligencia para con las cosas serias de la vida. El indolente
está siempre a la espera de que otros hagan lo que él mismo debe hacer. No le
gusta de horarios y tiene horror a la disciplina. Enemigo del trabajo y del
orden, nada hace por el progreso. Está, por eso, situado en el plano de los
parásitos. Mientras el mundo exige actividad, dinamismo y acción, el indolente
observa lo que pasa, sin voluntad de participar activamente del movimiento que
reclama su presencia.
Nadie se puede eximir del deber de trabajar y de procurar en
el trabajo la verdadera satisfacción de la vida. El Universo entero es una
oficina de trabajo permanente, en que todos deben ser operarios activos y
diligentes. Los que así no proceden quedan colocados espiritualmente en un
plano inferior de la vida y, además de perder un precioso tiempo en el proceso
de evolución, se asocian a espíritus del astral inferior, con los cuales se
envuelven, por fuerza de la ley de atracción.
En los desórdenes sexuales están los gérmenes del
materialismo obsesionante, cuyos pilares son la lujuria y otros vicios. Subyugado
a ese estado, el ser humano da expansión a sus instintos embrutecidos, dando
así acogimiento a los espíritus del astral inferior, sus afines, que concurren
para obsesionarlo.
Todos los actos cotidianos precisan ser ejecutados con
criterio y honestidad. La organización social obedece a un esquema cuyos
lineamientos principales definen la posición que las personas deben adoptar en
el intercambio de las relaciones humanas, sin perder de vista el debido respeto
a si mismo y al semejante. Para ese fin, es importante tener control en las
actitudes, dominio sobre si mismas y el raciocinio en acción. El descontrol en
actos y palabras, además de generar ofensas y, muchas veces, arrepentimientos,
produce causa de frecuentes resentimientos que demoran pasar y crean antipatías
y enemistades.
A los espíritus del astral inferior les gusta aprovecharse
de los seres descontrolados e irritables, que no piensan antes de hablar, para
divertirse con los efectos de su actuación. Personas descontroladas son, pues,
instrumentos del astral inferior y, si no están obsesionadas, caminan para la
obsesión.
El nerviosismo descontrolado trae irritación, intolerancia,
irreflexión e imprudencia; males que conducen a deplorable estado síquico, por
lo que debe ser severamente controlado, por ser el agente de perturbación que
más facilita la actuación de espíritus obsesores.
El portador de disturbio emocional generalmente cuida poco
de la salud y no se esfuerza por dominar sus ímpetus. El resultado es estar
siempre cayendo en las mallas insidiosas del astral inferior, siguiendo el
camino desastroso de la obsesión.
Deseos
insuperables son aspiraciones inalcanzables. Hay individuos de ambición desmedida que nunca se contentan
con lo que poseen. Siempre quejumbrosos, creen que merecen más, viviendo en
permanente estado de insatisfacción.
Es perfectamente racional, y hasta elogiable, que cada uno
procure mejorar las condiciones de vida y no ahorre esfuerzos para alcanzar esa
mejoría. Eso no se consigue con desánimo y lamentaciones, que sólo sirven para
agravar las situaciones difíciles y debilitar las energías espirituales.
La ambición sin límites, asociada a la revuelta íntima,
produce mal humor, del cual se aprovechan espíritus del astral inferior para
actuar sobre los revoltosos, insuflándoles en la mente los más sombríos
pensamientos, capaces de llevarlos a la obsesión y, por vía de ellas a otros
males.
La Ley de Atracción es inexorable y a ella todos están
sujetos. El ser humano precisa compenetrarse de que las cosas pertenecientes a
la Tierra son efímeras. La esclavización a los valores materiales, tan
fácilmente perecederas, además de atrasar la evolución espiritual, ha causado
muchos y muchos sufrimientos.
La ambición moderada es natural; la desenfrenada, una forma
de obsesión, en que el egoísmo y la egolatría influyen decisivamente. Los
ambiciosos descomedidos no miran los medios para obtener los fines: lesionan,
usurpan y monopolizan. Los domina la idea obsesiva de la ganancia rápida, mismo
a través de maniobras extorsivas. Para esos, no existen contemplaciones ni
medios términos. La determinación es avanzar. Planifican golpes osados, no importándoles
herir los preceptos de moral y honradez. El mundo está lleno de ellos. Están
divididos en dos grandes bloques: uno, en la Tierra , de personas actuando con enorme
desembarazo y astucia, y otro, igualmente activo y astucioso, en el astral
inferior, compuesto de espíritus que procedían, en este mundo, como proceden
diariamente sus actuales pares encarnados. Los dos bloques, íntimamente
asociados, gozan de la misma voluptuosidad que retroalimenta la atracción obsesionante.
El temperamento voluntarioso refleja la personalidad
egocéntrica de los que entienden que la razón está exclusivamente de su lado, y
de los que quieren imponer a los otros sus propias ideas. Esos individuos están
frecuentemente en choque con los demás, y nada es más divertido para los
espíritus del astral inferior de que asistir a los enfrentamientos humanos. Eso
instiga a los obsesores y como siempre están a la espera del momento propicio que
les permita la actuación, el individuo voluntarioso vive marcado por ellos. A
cada momento perciben la oportunidad de armar un conflicto que, en la falta de
otra ocupación, ésta les resulta absorbente.
El voluntarioso se irrita fácilmente cuando el punto de
vista ajeno no coincide con el suyo, tornándose un fomentador de
contrariedades. No es necesario destacar esa forma de obsesión, que además de
ser muy común, lo que representa para los seres humanos. Traicioneramente, ella
va penetrando, con lentitud, en el subconsciente, hasta tomar cuenta de la
persona. Ésta, no percibe del envolvimiento de que está siendo víctima, no
reacciona, no se opone, no da importancia al mal que, por fuerza del hábito,
acaba por tornarse agradable, facilitando el dominio de los obsesores, que
pasan a ser más actuantes, más violentos y difíciles de alejar.
Todo cuidado es poco, y solamente el conocimiento de cómo se
procesa la evolución espiritual asegura al individuo las condiciones y los
medios de defenderse de la obsesión.
Las atracciones apasionantes son las más peligrosas, por el
placer e impulso provocativo con que instigan a las víctimas para caer en sus sutiles
redes. Hasta los esclarecidos primarios ruedan, en ciertas ocasiones, por ese
abismo.
Existen momentos en la vida en que los embates morales,
algunos de gran intensidad, sacuden despiadadamente al alma humana. Cuando ésta
se apoya en el conocimiento espiritual, no le faltarán fuerzas para reaccionar
y dominar la situación. Ese conocimiento es su escudo más fuerte, porque,
cuando bien manejado, lleva siempre al triunfo. Por eso nadie debe dejarse
abatir.
Muchas veces, el fallecimiento de un ser querido, hecho
natural en la vida, conduce al ser al inconformismo, a la aflicción y a la desesperación.
Con eso, el espíritu desencarnado, inconciente de su estado, se aflige, sufre,
procura intuir al encarnado para calmarlo y, como no lo consigue, acaba por
tornarse obsesor, perturbando y llevando a la obsesión al intuido.
El mejor procedimiento de las personas que quedan para con
las que parten es elevar el pensamiento a las Fuerzas Superiores, con firmeza y
convicción, envolviendo sus espíritus en la ternura y en el calor de la
irradiación amiga, para auxiliarlos a traspasar la atmósfera fluídica de la
Tierra y seguir para sus mundos de preparación espiritual a que correspondan.
Parte de la humanidad es víctima de la obsesión, por
ignorar los recursos que tienen a su
alcance para evitarla o librarse de ella. En razón de ese desconocimiento, se empeña
el Racionalismo Cristiano en ofrecer al lector un itinerario seguro para una
vida sana y evolutiva.
Algunos síntomas, cuando ocurren con frecuencia, pueden
indicar un estado inicial de obsesión:
1. reírse sin motivo o en pretexto de cosas triviales;
2. llorar sin razón;
3. comer exageradamente;
4. estar siempre con sueño;
5. sentir placer en la ociosidad;
6. tener ideas fijas;
7. exteriorizar manías;
8. gesticular y hablar solito;
9. oír y ver cosas fantásticas;
10. vivir en un mundo distante, soñadoramente;
11. demostrar fanatismo;
12. dejarse dominar por pasiones;
13. tener explosiones temperamentales;
14. tener prevenciones injustificadas;
15. tener tics;
16. repetir, mecánicamente, las mismas expresiones;
17. expresarse licenciosamente;
18. usar palabrotas;
19. mistificar, engañar;
20. decir mentiras;
21. revelar cobardía;
22. adoptar prácticas viciosas;
23. gustar de ostentación;
24. gastar por encima de lo que puede;
25. provocar o alimentar discusiones;
26. ser implicante;
27. ser inoportuno;
28. molestar al prójimo;
29. ser malhumorado;
30. hacerse el tonto gracioso;
31. descuidarse de las obligaciones en el trabajo; y
32. eximirse de los deberes familiares.
Cualquiera de esas actitudes predispone a la obsesión, mismo
que no constituya un estado de anomalía mental.
Racionalismo Cristiano |
No está demás insistir en este punto: el lenguaje de los
espíritus desencarnados es el pensamiento. Por el pensamiento, se identifican
los sentimientos de las personas, sus intenciones y tendencias, y de eso se
prevalecen los obsesores para estimular, por la intuición, los vicios y las
debilidades humanas. Así siendo, por higiene mental, no se deben ligar
mentalmente a intrigantes, calumniadores, desafectos y a seres de malos
sentimientos en general. Pensar en ellos es ligarse a su mala asistencia
espiritual, recibir influencias malignas y correr el riesgo de avasallamiento.
Obsesion
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González