Las sociedades bien
constituidas tienen como base la familia. Cuando las familias se distinguen por
el cultivo de las superiores cualidades del espíritu, su contribución es óptima
para elevar los índices de perfeccionamiento de las colectividades.
Racionalismo Cristiano |
Así como la fuerza de cohesión
mantiene unidas las células del cuerpo humano, también las familias necesitan
ligarse unas a otras como células de un todo, y componer una sociedad homogénea, progresista y
pacífica, inclinada al desarrollo de las más significativas virtudes. Esa unión sólo
podrá resultar de la afinidad de sentimientos elevados, de las nobles
aspiraciones alimentadas, de la solidaridad en los actos de perfeccionamiento y
en la conjugación de los esfuerzos empleados en beneficios de todos. Cuanto mayor fuere el número de núcleos familiares a
desarrollar entre sí esa armonía, tanto más elevados serán los índices de moralidad
y honradez en el medio ambiente.
El comportamiento de la
colectividad, reflejando el estado de la mayoría de sus componentes, representa
el nivel medio de perfeccionamiento de un pueblo, revelando su capacidad
productiva y realizadora, tanto en el campo material como en el espiritual. En
esas condiciones, crece de importancia la constitución de la familia, a través
del verdadero entrelazamiento espiritual y material de los cónyuges para las
responsabilidades del hogar y la perpetuación de la especie.
A los que se casan es
indispensable la comprensión de que los deberes y derechos de cada cónyuge son
iguales y complementarios en la estructuración de la familia. Es en la
asociación de intereses dirigidos para el mismo fin, sentidos con inteligencia
y realizados con dedicación, que se forman y consolidan los lazos espirituales
que unen a la pareja. Entonces, al constituir familia, los cónyuges deben estar
decididos a honrarla y a dignificarla. Cometen grave error si, por acción u omisión contribuyen para la ruina
del hogar y el desmoronamiento de la familia.
Las colectividades, que conforman las naciones serán grandes y respetadas siempre que los fundamentos de su constitución moral (representados por eslabones espirituales que entrelazan las familias unas a otras) poseyeren una unión suficientemente fuerte para repeler las influencias perturbadoras producidas por las vibraciones de la egolatría, de la corrupción, del sensualismo desenfrenado y de la inmoralidad.
Las colectividades, que conforman las naciones serán grandes y respetadas siempre que los fundamentos de su constitución moral (representados por eslabones espirituales que entrelazan las familias unas a otras) poseyeren una unión suficientemente fuerte para repeler las influencias perturbadoras producidas por las vibraciones de la egolatría, de la corrupción, del sensualismo desenfrenado y de la inmoralidad.
El hogar es el núcleo donde deben
ser ejercitadas las virtudes del afecto, lealtad, fidelidad, tolerancia,
desprendimiento, renuncia, respeto y de la comunión de sentimientos, es una
escuela de perfeccionamiento espiritual y un campo de desarrollo síquico.
Como los errores son fáciles
de cometer y difíciles de reparar, se impone, para evitarlos permanente
vigilancia.
Entre
los cónyuges debe existir absoluta confianza. Para eso, es necesario que actúen
siempre con franqueza. No deben practicar ningún acto del cual se preocupen en
ocultarlo y del que puedan avergonzarse. Aunque grandes son las responsabilidades que pesan sobre un matrimonio,
no son mayores que la de su capacidad de soportarlas.
La vida en el hogar será mucho
más feliz si cada cónyuge se hiciere merecedor a la confianza irrestricta y al
apoyo moral del otro. La
fidelidad y el cumplimiento del deber delante la familia dignifica el carácter
y reflejan la conducta trazada en plano espiritual para una existencia. Pensamientos honestos y fuerza de voluntad son
recursos poderosos que deben usar para protegerse de las embestidas de
espíritus del astral inferior que intentan envolverlos en los fluidos
perniciosos de sus corrientes, en cuanto perciben la afinidad de un sentimiento
inclinado a la prevaricación.
La mujer y el hombre se
complementan en el hogar como dos medidas de compensación, siendo necesario que
haya esfuerzo permanente para desempeñar bien su papel. Unidos, cumplirán
la ardua y dignificante tarea; distanciados, sembrarán discordia y
desentendimiento, y la obra quedará inconclusa. Así, los que se unen por el casamiento tienen el deber de auxiliarse
mutuamente, bajo la influencia de las vibraciones armónicas del entendimiento y
de comprensión.
Una de las más nobles y
elevadas misiones de los padres es la educación de los hijos. En la obra de
edificación espiritual de la humanidad desempeña un papel de mayor relevancia,
en el cumplimiento del cual precisan esforzarse por orientar a los hijos en los
moldes de una conducta moral impregnada de virtudes.
Los niños poseen subconsciente
amoldable, que los torna sensibles a recibir la influencia de la orientación
que les fuere suministrada –educación que debe ser pautada en los principios de
honestidad, de amor al trabajo y a la verdad- para tornarse, en el futuro,
buenos ciudadanos.
A los componentes de un hogar
jamás deberán faltarles la serenidad y el buen humor, cuyo cultivo es muy necesario.
Inconciliable
con el pesimismo, el buen humor abre camino al triunfo, ya que desarma los
pensamientos derrotistas y los recelos infundados, alejando el nerviosismo. La persona bien humorada refleja alegría en su
semblante, confianza en sí misma y dispone de lo esencial para gozar de buena
salud.
El hogar exige de sus
integrantes desprendimiento y tolerancia, para tener entre ellos armonía y
entendimiento, y no se debiliten los lazos de amistad que los deben unir cada
vez más sólidamente.
Téngase siempre presente que
todos son imperfectos, susceptibles de incurrir en errores. Así siendo,
posibles fallas no deben ser encaradas con indignación o revuelta, sino con
calma y comprensión, para lo que es necesario dominar el temperamento
impulsivo, violento o intempestivo.
El temperamento de la pareja puede
diferir del hombre para la mujer, como difiere el de los hijos de unos para con
los otros. Esa
diferencia es perfectamente comprensible desde que se tomen en cuenta las
diversas clases espirituales existentes en los miembros de una misma familia. Una de las grandes virtudes humanas consiste en saber
respetar el punto de vista ajeno, y jamás perder el hábito de la cortesía.
Los padres, verdaderamente
concientes de los deberes familiares, no son los que se limitan a procrear,
sino los que miden y pesan las responsabilidades que deviene de la paternidad,
y se preparan para cumplir, de forma conciente, los compromisos que esa
condición impone.
La autoridad moral de los
padres tiene como fundamento más importante en los actos y los ejemplos de su
vida, y esa autoridad será mayor o menor acorde a la franqueza, la sensatez y
la honestidad de su procedimiento.
Los hijos, a su vez, necesitan
oír los ponderados consejos de los padres, para precaverse contra los riesgos y
peligros a que quedarán sujetos en el curso de la vida.
Un viejo y sabio aforismo
enseña que nadie puede dar lo que no posee. Para eso, padres y madres necesitan
estar preparados para suministrar a los hijos una educación a la altura de las
exigencias de la vida espiritual y material.
Los niños poseen un inmenso
poder de asimilación, graban en su subconsciente, indeleblemente, lo que ven a
los adultos hacer, y procuran imitarlos. Por eso, no es posible disociar el
hogar de la escuela, en la que los padres, que son los maestros, están
continuamente suministrando a sus alumnos –los hijos- lecciones y ejemplos de
disciplina, orden, honradez, dignidad, coraje, lealtad y sinceridad, entre
otros valores.
El trabajo de educar se inicia
en la cuna. Ya temprano, la criatura comienza a manifestar inclinaciones y
tendencias que precisan recibir estímulos cuando buenos, y, corrección
educativa, siempre que sean irrazonables
e inconvenientes.
Las responsabilidades del
matrimonio son inmensas, exigiendo de la mujer y del marido, para la educación
de los hijos, además de vigilancia permanente, todo el valor, sacrificio y
espíritu de renuncia de que fueren capaces. Esa educación deberá ocupar el
primer plano en el interés de los padres y no deberán nunca prescindir de
suministrarla.
Se recomienda que los padres
no atemoricen a los hijos con gritos y amenazas, sino que procedan con calma,
comprensión y entendimiento para conquistarles la confianza, la amistad y el
respeto. En vez
del castigo físico – una violencia familiar inaceptable – los padres deberán optar
por la supresión de regalías, por determinado espacio de tiempo. La censura delante de extraños es del todo inconveniente, por humillar al niño y al
joven, y herirles la sensibilidad.
Un buen procedimiento
educativo consiste en que padre y madre conversen frecuentemente con los hijos,
aprovechando esos momentos para comentar las fallas que hayan observado y
auxiliarlos a corregirse, indicándoles lo que precisan hacer. Para que haya
consenso en esas orientaciones educativas transmitidas a los hijos, los padres
deben entenderse previamente a fin de evitar opiniones conflictivas que pueden
confundir y desorientar a los educandos.
En el fondo del alma, los
hijos, aunque no lo demuestren, son siempre agradecidos a los padres, cuando
sienten el interés que ellos tienen por su futuro. Toda acción educativa debe
tener como finalidad y fuente de inspiración el deseo sincero de los padres de
fortalecer la personalidad y el carácter de los hijos.
El modo de proceder de muchos
padres, descargando sobre los hijos la rabia que poseen y haciendo de ellos la
válvula de escape de su nerviosismo, mal humor y frustraciones, no es sólo,
apenas, una actitud equivocada, sino un comportamiento delictivo, por contribuir
para que los hijos los vean como unos necios, pasando a esconder las acciones
que antes practicaban en presencia de los padres y tornándose falsos y
disimulados, a fin de huir de la reprensión.
Los consejos paternos deben
ser suministrados siempre que se hicieren necesarios y oportunos. La vigilancia
atenta y permanente, con la finalidad de descubrir las fallas del carácter que
fueren siendo reveladas, indicará el momento adecuado.
Falta de respeto, descortesía,
desorden, desprolijidad, mentira, intriga, fingimiento, cinismo, maldad,
delación, deslealtad, cobardía y vanidad son indicios denunciadores de fallas
en el carácter de los niños y jóvenes, exigiendo de los padres una acción
cuidadosa, a través de amonestaciones educativas, que deberán ser suministradas
con amor e interés, en consideraciones claras, objetivas e incisivas.
En la educación de los hijos debe
imperar siempre – y por encima de todo – la sinceridad, la lealtad, la justicia
y la verdad. La curiosidad natural de los pequeños debe ser satisfecha, nunca
por medio de las mentiras convencionales, siempre desacreditadoras, sino, con
explicaciones racionales y convincentes, al alcance del intelecto infantil y
juvenil.
En la obra de la naturaleza
nada existe de feo o vergonzoso, cuando los límites de las leyes naturales son
respetados. A los padres que se dispusieren a raciocinar y a hacer buen uso de
la inteligencia, no les faltarán recursos de lenguaje para transmitir a los
hijos una idea sana, referente a funciones de la existencia terrena, como las
relacionadas con la sexualidad, las infecciones epidémicas, las drogas, el
tabaquismo, el alcoholismo y demás vicios.
Los hijos necesitan ser
habituados a confiar en los padres para que éstos puedan orientarlos,
esclarecerlos y ayudarlos a buscar solución para sus problemas. Esa confianza,
sin embargo, dejará de existir, si los progenitores no tuvieren moralidad,
decencia, comedimiento, sensatez, brío, coherencia y conducta ejemplar, o sea,
si no procedieren como desean que los hijos procedan.
Control y vigilancia discretos
son dos prácticas que deben estar siempre presentes en la acción educativa
suministrada por los padres. “Dime con quien andas y te diré quien eres”, e ahí lo
que un viejo proverbio previene. Las malas compañías son siempre
perjudiciales, y la tendencia para el mal es una realidad, tanto más que para
ella concurren la influencia siempre dañina del astral inferior y los errores
acumulados en existencias pasadas.
Son incontables los desvíos
que se verifican por influencias de las malas compañías, de las libertades
excesivas, del consentir por encima de lo razonable, de las facilidades y
concesiones aparentemente inofensivas.
Los hijos deben procurar en el
hogar, y no fuera de él, el consejo sano, el ambiente ameno y confortador, el
refugio contra las tentaciones y los peligros.
Aunque las transformaciones
radicales no sean posibles, ni mismo en la propia convivencia del hogar, en él,
pueden ser alcanzadas grandes conquistas para el perfeccionamiento de la
personalidad. Cuando eso no pudiese ser conseguido, debido a la rebeldía
temperamental de ciertos jóvenes, cualquier mejoramiento deberá ser motivo de
regocijo, porque esa conquista, por diminuta que parezca, tiene siempre su
valor.
Por corresponder a una acción
constructiva cuyos resultados se multiplican de generación en generación, nunca
serán demasiados los esfuerzos dispensados por los padres en la educación de
los hijos. Esa actitud deberá ser fundamentada invariablemente en esta
importante trilogía: trabajo, honradez y disciplina.
Racionalismo Cristiano |
El bienestar y la felicidad de
un pueblo fácilmente se valúan por los sentimientos que lo unen al hogar y a la
familia.
Familia y educación de los
hijos - Por Luiz de Mattos
Traducido al español por
Adelina González