Lineamientos Generales

El Racionalismo Cristiano es una filosofía espiritualista que trata de la evolución del espíritu. Explica, a través de la razón y del raciocinio, lo que somos y lo que hacemos en este planeta escuela, que es la Tierra.

Racionalismo Cristiano
Racionalismo Cristiano expresa la unión de dos conceptos orientadores que manifiesta todo el contenido filosófico de la Doctrina. El primero – RACIONALISMO – está ligado al procedimiento dentro del raciocinio, de la lógica y de la razón. Tenemos que buscar la razón a través de la acción del raciocinio o del pensamiento bien orientado. El raciocinio, cuando elevado, trabajado en profundidad y cuidado, es esclarecedor y su uso criteriosamente esmerado es práctica que conduce a conclusiones acertadas sobre la vida. Raciocinar con conciencia es promover bases sólidas para alcanzar las convicciones verdaderas, es desvendar, es encontrar lo que se procura en lo enmarañado de las ideas.

El segundo concepto – CRISTIANO – asociado a RACIONALISMO, completa el sentido revelador de la Doctrina: un código de conducta que reúne principios espiritualistas y preceptos del cristianismo. Cuando decimos código de conducta, nos referimos al procedimiento de la persona ante la colectividad y a sí misma. Ser racionalista cristiano es vivir la vida terrena bajo normas espiritualistas del más alto padrón. Es saber preparar al espíritu para la vida presente y futura, como un Ser esclarecido, conciente de su estado y de sus condiciones espirituales.
En los principios racionalistas cristianos se consolidan conceptos y orientaciones de comportamiento íntegro para las personas que lo quieran seguir. El conocimiento de la vida real es un proceso continuo de estudio. Por eso, el Racionalismo Cristiano hace un llamado elocuente y constante al estudio y al raciocinio, en el sentido de que la humanidad comprenda la necesidad imperiosa de entregarse a perseverante esfuerzo, para tornarse cada vez mejor.
Racionalismo Cristiano

Este libro, dentro de su natural simplicidad, es muy profundo y debe ser visto por el lector como una base de conocimientos espiritualistas, cuyo cimiento es forzoso erguir por esfuerzo propio. Se trata de un trabajo serio de investigación y elucidación para lectura y consulta, capaz de abrir nuevos horizontes, con la amplitud de una visión panorámica que coloca delante de los ojos perspectivas que podrán contribuir para imprimir nueva orientación a la vida, y hacer con que ella se modifique, a cada paso, para mejor, alcanzando un sentido más práctico, más amplio, más objetivo, más seguro y auténtico.

El Racionalismo Cristiano es un conjunto de enseñanzas espiritualistas completo, porque transmite al ser humano el conocimiento de sí mismo, siendo capaz de mostrar lo que hay de más importante y fundamental – el Yo propio – remoto, presente y futuro, del que dependen la salud, el bienestar, la felicidad, y, con eso, un mundo menos agresivo, menos intolerante, más justo y comprensivo.

Hoy, como en el pasado, los que estudian los problemas y conflictos humanos saben que la educación espiritual podrá hacer de cada persona un ser pacífico y honrado. Para eso, no obstante, hay necesidad de extinguir del sentido común la irrealidad en que viven muchas de ellas. Es indispensable que se deshagan de las ideas y de las enseñanzas inexactas sobre la existencia, que tanta confusión ha producido en aquellas personas que buscan el entendimiento de los hechos transcendentales de la vida.

Es triste que eso aun acontezca, una vez que en posesión de tan útiles y necesarios, de tan valiosos e imprescindibles conocimientos, no andaría el ser humano, hace mucho tiempo, queriendo protección y amparo de entes divinales, porque habría aprendido a confiar en sí mismo y a buscar amparo y protección en el poder inmenso e invencible de su fuerza de voluntad y de sus buenos pensamientos.

No piense el lector que el Racionalismo Cristiano hace, con la publicación de este libro, alguna revelación inédita. Desde la antigüedad hasta la era en que vivimos, el espiritualismo es objeto de estudios de filósofos, investigadores, intelectuales, inclusive de mujeres y hombres de ciencia deseosos de colocar a la humanidad a la par de lo que hay respecto de la vida espiritual. Así, como el médico brasileño Antonio Pinheiro Guedes, - autor del libro titulado “Ciencia Espírita”, un ensayo médico-filosófico - que entre otros estudiosos de varias escuelas filosóficas, contribuyó a la codificación del Racionalismo Cristiano.

En esa codificación de principios, el Racionalismo Cristiano afirma que el Universo está compuesto de Fuerza y Materia. La Fuerza – que incita y moviliza todos los cuerpos (Materia) – es el principio inteligente, que interpenetra todo el Universo. Ese principio inteligente es comprendido por la mayoría de las personas como Dios, que el Racionalismo Cristiano prefiere denominar Fuerza Creadora, Gran Foco o Inteligencia Universal, de la cual somos una partícula que contiene los mismos atributos en forma latente, para ser desarrollados y perfeccionados en las innúmeras existencias por las que pasamos en la Tierra.

La Fuerza Creadora mantiene el Universo regido por leyes naturales e inmutables, a las cuales están todos sujetos, no admitiendo así el Racionalismo Cristiano probaciones, predestinaciones ni milagros.

La doctrina racionalista cristiana enseña que todos los actos de nuestra vida transcurren del empleo del libre albedrío, facultad espiritual controlada por el pensamiento, por el raciocinio y por la voluntad. Por eso, conforme pensemos así seremos; lo que de mal deseamos al prójimo a nosotros mismos estaremos deseando; lo que de bien hacemos, en nuestro beneficio redundará, pues seremos aquello que quisiéramos ser. Enseña, pues, a no cultivar sentimientos de odio, de envidia o de malquerer.

El ser humano apenas comienza a raciocinar en las primeras fases de la evolución, siente de manera vaga y confusa, la existencia de la Inteligencia Universal, que no es capaz de definir. De ahí nace su inclinación adoradora, plenamente justificada, por las condiciones de falta de preparación espiritual en que vive. Se comprende entonces, perfectamente, que determinada sociedad no tenga una concepción de la espiritualidad que vaya más allá del culto a los elementos de la naturaleza, por faltarle bases de entendimiento para removerla de la perplejidad adoradora a que se entrega.

Al observador atento no es difícil evaluar el grado de espiritualidad de los seres por la tendencia que manifiestan para la adoración, así como la mayor o menor intensidad de esa tendencia. El modo de adorar y lo que es adorado varían, a medida que la conciencia de la vida va despertando, hasta llegar al punto de poder alejar de sí el sentimiento de adoración.

Los que hoy veneran cosas abstractas, después de alcanzar el necesario esclarecimiento espiritual, hallarán esa veneración tan impropia como ingenua. No es preciso poseer mucha imaginación para comprender lo que esas incoherencias representan en el delicado periodo de formación de la personalidad y del carácter de una persona, y de cómo esas incoherencias contribuyen en la faz adulta para embotarle el raciocinio y dificultar su expansión en el amplio terreno de la espiritualidad.

En el conocimiento de la vida en su aspecto más amplio están los lúcidos elementos de convicción, por medio de los cuales las personas podrán liberarse de las concepciones que las mantienen presas a los milagros, a los misterios,  a lo sobrenatural. Cuando llegaren a comprender que son, como espíritus, fuerza, inteligencia y poder; cuando se convencieren de que poseen atributos morales para vencer, racionalmente, cualquier dificultad; cuando adquirieren la conciencia de su condición de partículas de un todo armónico –inseparable de él – que es el propio Universo, caerán por tierra las concepciones iniciales de protección.

No hay seres privilegiados ni protegidos. Todos, sin excepción, están sujetos a los mismos principios, a las mismas reglas, al mismo proceso evolutivo. Invariablemente, hacen igual curso y recorren igual ciclo, en el que existe un alto y meritorio principio de justicia. Precisan convencerse de que no podrán contar con el auxilio de nadie para liberarse de las consecuencias de los errores que cometieren y que tendrán que rescatarlos con acciones elevadas, cualquiera sea el número de existencias para eso necesarias. Por cierto pensarán más detenidamente, antes de practicar un acto impropio.

Importa resaltar el modo por el cual la persona procesa su marcha evolutiva, en que conquista, paso a paso, la independencia espiritual. Quien supiere evaluar el peso de la responsabilidad que carga con sus actos, ciertamente hará todo lo posible para afirmarse en las enseñanzas reales que transmiten el conocimiento de hechos espirituales. El Racionalismo Cristiano, sin otro interés que no sea el de despertar a la humanidad para la realidad de la vida, se propone transmitir los esclarecimientos necesarios para alcanzar una condición espiritual más clara que facilite su vivir.

Los estudiosos del Racionalismo Cristiano aprenden a confiar en sí mismos, en su capacidad espiritual y en el poder de la voluntad para luchar y vencer.

Por eso:
·       no son adoradores,
·       ni pedigüeños,
·       ni quejumbrosos.

Saben que son grandes los obstáculos que surgen, a cada paso en el camino de la vida, pero que los podrán vencer con los propios recursos morales de que disponen.

Así, se hace necesario que cada uno cumpla su deber, realizando la parte que le incumbe, con la atención, los ojos, el alma encauzada para el fin principal de la existencia, que es la evolución espiritual.

Llegando a este punto, el lector debe estar interesado en saber lo que aconseja la escuela filosófica que es el Racionalismo Cristiano. Su interés va ser ampliamente atendido en las páginas siguientes, en que verá los problemas de la vida presentados, en un lenguaje franco, simple y objetivo. Sentirá, a través de la lectura de cada capítulo, el calor del mensaje que la Doctrina dirige a la humanidad, con lo que espera contribuir para que la paz entre los seres humanos se establezca y el mundo se torne fraterno y mejor.

Lineamientos Generales
Traducido al español por Adelina González