El valor es uno de los ángulos determinantes de la
personalidad humana y todos lo poseen en mayor o menor grandeza.
Cuanto más se consolida el carácter en el rigor del
trabajo cotidiano y en la lucha dirigida para la práctica del bien, más el ser
humano siente la necesidad de poner a prueba su valor, a fin de que los
resultados correspondan a los esfuerzos empleados. Siempre que alguien, al
definirse por una conducta, tuviere que recurrir al propio valor y de él valerse
para trazar la directriz a seguir, acrecienta en su acervo, más fortaleza, más
un estímulo, más una parcela de enriquecimiento. Todos tienen la oportunidad de
externarlo, a cada paso, por algún hecho, por reposar en el verdadero bienestar
íntimo que satisfaga la conciencia, alegra el semblante y, como recompensa
mayor, transmite a la persona el agradable sentimiento del deber cumplido.
El ejercicio fortalece y revigoriza los atributos y
las facultades del espíritu. Él es tan necesario a la mente, cuanto al cuerpo.
El ejercicio de la mente consiste en la práctica habitual de actos y
pensamientos de valor, que necesitan ser estimulados desde la infancia. Esos
actos y pensamientos pueden ser revelados en el hogar, cuando el adolescente
asume la responsabilidad de sus faltas, cuando se solidariza con dificultades y
sufrimientos de los padres y hermanos, cuando es capaz de un gesto de
desprendimiento y renuncia a favor del prójimo.
Los actos de valor se revelan también en la escuela,
cuando el estudiante sabe ganar y perder en las competencias deportivas, cuando
procede con dignidad en el estudio y en los exámenes, cuando reconoce los
esfuerzos paternos y todo hace para tornarse merecedor del sacrificio de ellos.
Ejercitados por el adolescente esos elevados atributos espirituales, entrará él
en la segunda fase de la juventud con una preparación moral en la que se
reflejarán, nítidamente, los trazos de valor de que es dotado. Eso lo
habilitará a resistir a las tentaciones propias de la edad, a vivir con método
y disciplina, a encarar el trabajo como un bien necesario al progreso,
dispensando al semejante el mismo respeto que exige para sí.
En la edad madura, en que el espíritu conserva el
precioso tesoro representado por las enseñanzas acumuladas en la adolescencia y
en la juventud, el ser humano necesita contar con ese buen caudal, para no ser
influenciado por los errores y vicios que se encuentran en el medio ambiente.
Actitudes correctas, por encima de todo francas, si el
momento lo exigiere con arrojo, pero siempre serenas y tranquilas, ponderadas y
justas, inflexibles y rectas – es la característica principal del notable
atributo que es el valor.
Quien vive bajo los dictámenes de la honra y del
deber, quien modela los hábitos y costumbres con la argamasa del amor al
prójimo y se mantiene constantemente bajo el estímulo dinámico de las
vibraciones del bien, crea en su alrededor una barrera fluídica impenetrable a
las arremetidas del mal.
El valor de la persona se inicia donde comienza el
dominio de sí misma. La cualidad esencial, necesaria al desarrollo del valor,
consiste en saber controlar los pensamientos y subyugar los ímpetus y las
inclinaciones reprobables, para que el raciocinio pueda apuntarle las mejores
soluciones. Si tuviere que ejercer cargos de dirección, necesita dar ejemplos
de serenidad, de coraje y de honra, conteniéndose delante de los cuadros
emotivos que la vida ofrece, para no descontrolarse ni causar perjuicio a los
colaboradores.
Los actos de justicia son practicados, cuando la
persona procede con imparcialidad e interés por la verdad. Por eso, ser justo, valeroso
y honrado debe constituir la más seria aspiración del ser humano. Pero, nadie
puede ser justo sin ser tolerante y moderado, sin comprender la vida en su
complejidad, en su aspecto espiritual y contenido realista.
La comprensión clara y verdadera de la vida habilita
al ser humano a acelerar el desarrollo y el perfeccionamiento de sus
cualidades, para disminuir el número de encarnaciones en este mundo escuela. El
desconocimiento de la vida espiritual generó el materialismo en que parte de la
humanidad se hunde y se infiltra la degradación moral en todas las camadas
sociales. Esa comprensión le proporciona un sentimiento práctico de renuncia a
las cosas terrenas, por la certeza de la transitoriedad de su permanencia en
este planeta y que son de uso provisorio las riquezas materiales, con las cuales
solamente podrá conseguir algunos objetivos de limitado alcance.
La actitud de renuncia, desprendimiento, abnegación,
sacrificio y solidaridad humana es el resultado de una comprensión superior de
la vida, que aproxima fraternalmente a los seres unos de otros. No obstante, no
debe confundirse: ese elevado sentimiento espiritual de renuncia con el
desinterés por las cosas, originado por los desengaños y desilusiones que hacen
de ciertos individuos seres apáticos, escépticos, solitarios, bohemios,
exóticos, fanáticos.
La persona esclarecida, y por eso mismo fuerte, no se
deja abatir por desilusiones y desengaños. Comprende las causas de las
debilidades y maldades humanas, no confía en perfecciones, sabe que no existen
y acepta los acontecimientos con entendimiento racional. Verdadera, leal,
honesta y equilibrada, ella no se olvida, de los momentos difíciles de la vida,
de que su integridad moral debe estar por encima de todos los intereses, y no
teme que su posición inflexible la desvíe del cumplimiento del deber y de la
práctica del bien.
El mal jamás prevalecerá sobre el bien. El mal acciona
transitoriamente, en un período de tiempo que marca su propia destrucción.
Todos los actos malos damnifican gravemente el carácter de quien los practica,
y dejan surcos en su personalidad difíciles de borrar. Fortalecer, pues, los
atributos de valor, para resistir a los procedimientos indignos, son una
necesidad imperiosa e inquebrantable.
No son pocos los egoístas e inescrupulosos que, con
falsas apariencias, viven a engañar al prójimo, procurando sacar provecho de
todas las situaciones. Indiferentes a la desgracia ajena, solamente se
complacen con la satisfacción de sus intereses, por más viles que sean. Con ese
procedimiento despreciable, cavan, sin apercibirse, el propio abismo, para cuyo
fondo están caminando y del cual solamente podrán salir a costo de grandes
sufrimientos.
Los gestos de grandeza espiritual son los que más
ennoblecen a las personas en que relucen los índices testimonios del valor- y
les proporcionan la anhelada felicidad.
Ningún ser conciente podrá preferir la acción negativa
por la positiva, el nada por el todo, el atraso por el progreso, la duda por la
certeza, el fracaso al éxito, el miedo por el coraje, la oscuridad por la luz.
Aquellos que efectúan el cambio de lo bello por lo horrendo, en el simbolismo
de estas comparaciones, ponen de lado el buen sentido y están al sabor de una
conciencia apática, totalmente desfigurada en la apreciación de los valores
auténticos.
El Racionalismo Cristiano en todas sus obras, propugna
por la transformación de ese estado de conciencia lamentable en que se encuentra
la humanidad. Ese estado es motivado en parte, por su entrega a un oscurantismo que entorpece
el entendimiento del proceso evolutivo de la vida y de los deberes espirituales
del ser humano.
Las buenas o malas acciones atraen para su agente, un
resultado que corresponde, invariablemente, a la naturaleza de los pensamientos
que lo generaron, como consecuencia de la fuerza de las leyes naturales que
rigen el Universo.
Racionalismo Cristiano |
Se engañan aquellos que piensan poder escapar a los
efectos de sus actos a través del perdón o de otros medios. No existen perdones
en el plano espiritual. Urge, entonces, raciocinar para bien vivir.
Es necesario proceder con independencia, valiéndose,
cada cual, de los propios recursos morales y espirituales de que dispusiere.
Quien hiciere el mal tendrá que rescatarlo, inapelablemente, más temprano o más
tarde.
Solamente los actos de valor engrandecen la
personalidad y ennoblecen el carácter. Quien los practica se torna un
colaborador eficaz en la obra de espiritualización de la humanidad.
Valor
Por Luiz de Mattos
Traducido al español por Adelina González